Volvía del canil con
Mar y la dejé atada, esperándome, en el super de los chinos. Al salir, vi que
se había detenido a mirarla una pareja, una mujer y un hombre grandes ya. La
miraban mirarme a mí, y me dijeron que se notaba mucha ternura en el modo en
que lo hacía, y por supuesto ponderaron su belleza.
Me pareció un
comentario muy lindo, y me quedé conversando un rato con ellos. Me contaban,
-ella hablaba más que él-, cómo habían amado a su perrita que se había muerto
hacía cinco años, y cómo les costaba pensar en tener otra. Les conté que a mí
me había pasado lo mismo, y que ahora estoy un poco asustada porque la tengo
que castrar... ¡Ah!¡ la anestesia! me dice la señora. Sigo alentándolos a que
se animen. Cuando nos despedimos sentí ganas de preguntarles dónde vivían, pero
no lo hice. Todo el tiempo habían estado tomados de las manos, y aunque ese
gesto del amor es muy común, en este caso lo percibí tan auténtico: no era
estar agarraditos, era darse la mano, ir juntos, y les dije no sólo el
"que sigan bien" de rutina, sino "¡Se los ve muy bien!" Y
sonrieron.
Y es que esas manos
parecían hacerse el amor, estaban tomadas de un modo especial, un agarre que
sonaba intenso, sentido, que seguía ahí a lo largo de la charla, imposible de
definir.
Y recordé entonces a
la vecina del barrio, la señora Adela, quien vivió muchos años acompañada por
su amiga Gladys. Sólo y nada menos eran amigas, eran familia.
Gladys se empezó a
poner mal y un día murió. Rondaban la misma edad, y Adela acababa de cumplir
sus ochenta. Fue entonces cuando el señor aquél que era una especie de familiar
postizo, y de quien no recuerdo el nombre, le pidió matrimonio. Él acababa de
enviudar y le confesó a Adela que ella siempre había estado en sus anhelos y
pensamientos. Y se casaron. Y hasta fueron muy felices.
Ella era soltera,
pero él tenía dos hijas, quienes pusieron gritos en el cielo porque creyeron
que Adela iba por interés. Entonces, sabiamente, ella renunció a su parte de la
herencia para dejarlas en paz, para que los dejaran en paz. Y aún contra las
súplicas del hombre de que no hiciera eso, ella supo qué cosa privilegiar en su
vida, y eligió bien.
¡Cosas de la
juventud!
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