(éstas fueron las palabras que dediqué a Darío y su obra, allí por el año dos mil trece. Hoy las recupero, y dejo otro testimonio, pequeño y sentido de ese día inaugural. Gracias Darío por elegirme. )
Bueno,
es difícil saber cómo empezar, pero elijo hacerlo citando un verso de Darío, un
solo verso que es éste: “bajo un temblor de humanidad”.
Y es
que las personas se encuentran muchas veces. Pero en realidad, siempre que las
personas se encuentran lo hacen bajo un temblor de humanidad.
Es
valiéndome de este verso que me referiré primero a las razones por las cuales
estoy aquí, en este momento, acompañando en este alumbramiento a quien fuera
sólo un compañero de trabajo, profesor de literatura en la escuela nocturna que
nos reúne. Y es sabido que la luz de la luna siempre alumbra distinto. Merced a
ese brillo lunar, Darío pasó de ser un compañero más, a convertirse en amigo y compinche de intercambios literarios
entre pasillos, libros recomendados, gusto por ciertos poetas y escritores…
Y
hoy, Darío Maroño, poeta y amigo, abre ante nosotros un cubito mágico del que salen
presurosos los poemas, expulsados casi…desplegándose, abriéndose, ávidos por
romper el reducido habitáculo que los encierra.
Una
palabra sin nombre lo habitó y lo habita, y ha sabido sentirla y hacerla
transmisible…
Esa orfandad
y su triste poetizar a través de las grietas del lenguaje, de la existencia, de
la angustia…
Acaso
ese puñado de abejas que hicieron nido en su boca le hayan provocado ese
escozor, esa necesaria molestia que obliga a expulsarlas convertidas en
dulzura.
Podría
decir, -desde una mirada sonora o musical-, que “La palabra sin nombre”, -este
libro que aquí y ahora viene a encontrar su fecha de nacimiento-, se asemeja a
una sonata en tres movimientos: “Noche”, “Palabra”, “Silencio”.
No
hay en ella el clásico contraste entre la epifanía exultante del primer y el
tercer movimiento contrapunteándose con un segundo momento quedo y meditativo…
Más
bien, es todo el libro el que despierta en mi propia sensibilidad ecos de
Brahms, ese clima de algún otoño bien madurado que, -sin prisas-, imprime en el
conjunto un carácter íntimo y meditativo, pausado, que encuentra por momentos
destellos de luz matinal.
Viene
a mi mente el título de un libro muy querido de Murray Schafer, que fue un innovador
pedagogo de la música el cual interpretó en su obra los múltiples puntos de
encuentro entre las artes, entre los diversos lenguajes en que lo sensible se
expresa…El título del libro al que aludo es “Cuando las palabras cantan”, y
está tomado de la frase pronunciada por un niño pequeño, que el atento maestro
supo registrar:
“Poesía es cuando las palabras cantan”…
Y a esa frase me remite Darío en uno de los
poemas:
” A veces canta
el silencio en la rama delgada de la voz
Y rasga el
sonido de las cosas
Detiene el
tiempo”
La
rama delgada de la voz se ha abierto paso, como en un parto…
Nos dice
que ante el vacío “Algo habrá de abrirse o de morir”.
Sin
embargo, luego de atravesar esa sensación de angustia, todo lo que puja logra
por fin “romper el cascarón”, y hoy canta, nos canta la palabra sin nombre.
Siento
en forma inequívoca que este libro posee la no tan frecuente cualidad de llegar
desde una génesis noble: que esta palabra, trabajosamente parida entre abismos,
ha llegado a su canto, a su propia música. Y cuando el canto irrumpe, cuando
rompe el silencio para nacer, sólo cabe detenernos a escuchar su melodía impar,
temblorosa, sincera.
Bajo
un temblor de humanidad, a veces canta
el silencio en la rama delgada de la voz.
Y
hoy es una de esas veces. Detengamos, pues, el tiempo, sólo por un rato.
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