Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


jueves, 11 de septiembre de 2025

NOSOTROS EN LA CALESITA



Hoy por primera vez me recosté sobre la reposera de la plaza. Esa que todas las veces anteriores visité nada más que sentada. Daba el solcito todavía, y me dieron muchas ganas de quedarme dormida así, mientras escuchaba cantar a los zorzales de la tarde. Sentía una gran placidez. Y entonces, recordé. Solías llegar en tu bici un ratito después que yo, y nos estacionábamos ahí, en ese banco que quedaba cerca de la calesita, pero dándole la espalda. Nunca hablabas más que algún par de palabras, bastante a desgano, pero me conmovían mucho tus ojos, ya desde el primer día que nos hicimos amigos. Siempre fui sensible a la manera de mirar de la gente, y tu forma de mirar llegó primero. Tus ojos eran color café, pero hubiera dado lo mismo que fueran azules o verdes. Yo te contaba siempre un montón de cosas, y en poco tiempo te habías convertido en mi confidente, en mi amigo. Íbamos y veníamos por la tarde con la facilidad del sol, pedaleando o caminando entre canteros, y deteniéndonos con la misma facilidad para observar las cosas, los árboles a veces, y los perros… Y esa tarde en particular nos habíamos puesto a mirar los muñecos de la calesita, qué animales representaban, sus formas y colores, la bocha de la sortija que nos recordaba una manzana de esas con caramelo y pochoclo, y después, casi al atardecer, fue cuando pasó eso. Recuerdo a una señora que nos vio, y nos miró con sorpresa: te habías puesto a llorar como una criatura abrazado a mí, pero trepado a mí. Todo sucedió de repente. Estábamos sentados en el mismo banco y de pronto te subiste como un monito a mi falda como si yo fuera un árbol, un tronco fuerte del que te agarrabas, nuestras manos entrelazadas con la misma fuerza, y aunque me llevó un rato darme cuenta de que estabas llorando, pude sentir el temblor de tu cuerpo sobre el mío, mientras los sollozos te atravesaban y me traspasaban, poniéndolo a vibrar en una misma sintonía, como si fuéramos un solo cuerpo emocionado. El sol doraba todo y yo veía flores violetas al entornar los ojos. Por entonces éramos tan delgados que parecíamos niños; creo que alguien podría habernos confundido con dos criaturas pequeñas, pero sin embargo éramos ya adolescentes, tan flaquitos como las ramas de un árbol joven. Y nos quedamos así abrazados largo rato después de que dejaras de llorar. No me pesabas. Me gustaba la posición en la que estábamos y el calor que sentía en contacto con tu cuerpo. Fue difícil desasirnos el uno del otro. Y aunque separáramos nuestros cuerpos, los ojos, las miradas continuaban delineando un destino, un dibujo irresistible. Agarramos nuestras bicicletas y seguimos de la mano, caminando juntos y sin ganas de irnos a casa. Como vos no preguntabas nada, se me ocurrió no ya preguntarte, sino proponerte algo. Te dije, creo, algo así como que yo todavía no le había dado un beso a nadie, y que me gustaba la idea de probar con vos. Algo se te iluminó en la cara, y asentiste. Ni vos ni yo sabíamos dónde vivía el otro exactamente. De pronto nos detuvimos junto a la calesita, y observamos que el calesitero estaba juntando su dinero de la jornada. Ya se estaba haciendo de noche. Al cabo de un rato dejó de sonar la música, y después de cerrar el cortinado verde turquesa y de darle un par de vueltas a la llave que cerraba la reja, el hombre se fue. Era tarde, pero no queríamos volver. Yo revolví y encontré en mi bolsillo unas galletitas. Agua, había en los surtidores. Así que después de beber un poco, esperamos a que ya no quedara nadie más que los pájaros, y entonces nos subimos a la reja y pasamos del otro lado. No era muy difícil. Recuerdo que una vez que estuvimos del lado de adentro, fuiste vos quien se animó a correr el cortinado y me invitaste a entrar. Nos acompañaban los leones trepados a su barra metálica, y al otro lado, un carruaje pintado de colores fuertes, en el que podíamos sentarnos. Pero nos acostamos silenciosamente en el espacio que quedaba entre medio. Las manos, en su deslizamiento lento pero continuo, inventaron por nosotros todo el calor que necesitábamos para juntar los cuatro labios como una rosa de arcilla, que iba tomando extrañas formas, y al ir descubriendo el jugo que creaban nuestros movimientos, también nuestras lenguas se sumaron a un juego extraño y nuevo, que cosquilleaba por todas las zonas de mi humanidad que nunca creí vivas de esa manera. Ninguno de los dos fue más allá de ese contacto, de las caricias de los labios las lenguas y los dedos que desfilaban por las zonas que dejaban vacantes nuestras ropas; no nos animamos a tocar nada que estuviera por dentro de ellas, pero sí nos quedamos abrazados, reposando, tapándonos con un saco. Y cuando estábamos ya trepándonos a las rejas para salir, fue cuando esa linterna nos iluminó fuerte, aunque no era nada su luz comparándola con la que yo ya tenía adentro. Ahora, acostada en esta reposera, sueño con que es de noche y apretamos en el jardín zoológico, que es una mezcla del de antes con el de ahora. Nos habíamos citado allí, entre maras y pavos reales, y hacíamos el amor sin ropa. Ya éramos adultos en el sueño, y estábamos aún desnudos y tan contentos...no había nadie más que nosotros y los pájaros, y entonces nos poníamos a jugar con los muñecos grandotes que viven bajo el agua y que los chicos hacen mover con los botones. Luego nos despedimos con la discreción de viejos amantes, realizando acciones verdaderamente revulsivas como, por ejemplo, darnos un beso kilométrico, interminable, sabroso, y exhibir una sonrisa de oreja a oreja. Yo te proponía cantar cada uno una canción alegre y repetirla hasta el próximo encuentro, y vos asentías. Ahí me desperté. Tal vez influyó que anoche volviera a ver Las alas del deseo, tan luego ... Al echar a andar en dirección hacia mi casa, observé que ya casi no se sentía el sol. Aún quedaban unos algodones de palo borracho sobre la tierra. Creo que si el ángel hubiera estado ahí ese día, observando todo desde arriba de la calesita, se habría inspirado para decidirse a desencarnar y salir corriendo detrás de la trapecista alada. Sea como fuere, yo deseo encontrarte para aprender ahora cómo es tu voz.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario