Hay quienes creen que escribir sobre el propio dolor es victimizarse. Nada más alejado de la verdad.
Ni hablar ni escribir sobre el propio dolor implican victimizarse, siempre y cuándo un montón de cosas, que por supuesto no hace falta aclarar.
Del dolor se escribe para sanarlo sin enfermar a otros, sin convertirlo en bofetada, en romper un objeto, en ira desbocada y tantas veces descargada sobre quien menos la merecería.
Del dolor se escribe para sanar, para entenderse mejor a uno mismo, para dar fe y sentirse hermanado con quienes saben de ese dolor del que uno sabe, para dar fe de que se puede vivir con ese dolor digna y felizmente también, que se puede crecer y transformarlo en cosas hermosas.
Uno escribe del dolor para darle forma de belleza a lo que podría derrumbarnos o matarnos o secarnos la vida.
No se habla del dolor como mera catarsis, aunque también creo que es válido depende cómo y con quién. Se habla del dolor para esculpirlo, para aprender de él, para convertirlo en herramienta y no en prisión.
Se habla del dolor porque es una experiencia que nos une a todos los humanos. Se habla de él porque como el amor, la belleza, la muerte y el misterio, nos atraviesa a todos.
Se escribe también la alegría, se escribe desde la alegría, para dar fe de que es posible, como también la felicidad, y el contento cotidiano. Así como escribir del dolor no nos convierte en víctimas, sino que nos libera de ese lugar, escribir la alegría, la belleza, la epifanía, el milagro y el amor, el éxtasis y la emoción ante la vida tampoco nos convierte en triunfadores, en superados, en seres iluminados y espirituales que vibran más alto que el resto de los mortales.
Escribir la Alegría, escribir acerca de lo maravilloso de estar vivo y sentirse vivo, escribir la emoción de estar enamorado, no sólo de otro ser humano, sino de la existencia en general, de un cielo, de un animal, del arte en todas sus formas, de una flor o de cualquier obra de la naturaleza es otra forma de dar testimonio, de dar fe de que la vida es algo mucho más vasto, misterioso, intenso y maravilloso de lo que somos capaces a veces de imaginar, y que abrirnos a ella es entregarnos infinitamente.
De la alegría, del amor feliz, de lo inefable, lo amoroso, lo que es milagro en este mundo se escribe para perpetuarlo, para hacerlo durar, para eternizarlo, para esculpirlo también, y aprender de él, de las caricias de la vida, con el mismo espíritu inquieto con que aprendemos del material doloroso que también ella nos provee.
Y también, también, a veces se escribe de lo que aún no se tiene, se escribe de lo que se anhela, no exactamente como quien cree en la magia exhaustiva de lo convocante, sino como quien prepara el cantero en que va a plantar ese bulbo de tulipán que todavía no puede adquirir, con la fe desplegada en que va a llegar. Alguien me dijo un día que todo lo que existe es porque alguna vez fue soñado. Y la pucha que los sueños tienen fuerza si los ponemos a ser.
Visionarios han escrito sobre tantas supuestas tonterías que resultaron no serlo. Se escribe de lo que no existe o de lo que no se tiene noticias aún, pero se desearía tenerlas para hacerlo nacer: se escribe de lo no nacido para concebirlo, y luego parirlo.
Por eso, y aunque no sea exactamente magia, también escribo para que las cosas sucedan.
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