Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


domingo, 19 de marzo de 2023

Kintsugi


Quien tiene la experiencia de haberse roto y haberse reparado a sí mismo, sabe el infinito gozo que eso atesora, sabe que no es lo mismo estar nuevo que haber sido aniquilado y restaurado, porque la experiencia de enfermar y sanar hace de todo lo que era ordinario, algo sublime. Cualquier persona que se haya restablecido de un daño moral, afectivo, de una ruptura de su equilibrio interno, sea física, espiritual, psíquica o de cualquier orden y sale del otro lado de la experiencia después de haberla atravesado sin negarla, está en condiciones de disfrutar ampliamente, más mucho más de lo que antes disfrutó de la vida y las acciones cotidianas. Y como el “más” no me gusta, diría mejor, diría intensamente, diría alegremente, porque las capacidades que estuvieron colapsadas, aniquiladas, que se sintieron irrecuperables en algún momento, cuando nacen nuevamente con la ductilidad de los brotes sobre tierra arrasada, nacen con doble frescura: la de todo lo que nace, y la de lo nacido de la muerte, o sea de lo renacido, de lo resucitado.

La alegría de restaurar es algo maravilloso, el placer de restaurar y de que a través de esa restauración se recupere la utilidad del objeto. Si el objeto es un vínculo, es maravilloso observar, ser testigo y protagonista a la vez de cómo el amor se acomoda en las grietas, cómo el amor acepta gustosamente reconocerse en formas nuevas, y es eso ni más ni menos lo que acontece cuando el líquido se deja recoger en un jarrón reparado con oro: no hay filtraciones.

Un vínculo roto, dos que han sufrido y se dejan hacer kintsuji por la vida, y dejan que el líquido maravilloso del amor los riegue nuevamente, es porque han aceptado la ruptura de eso que los unió, han aceptado el cambio de forma como propuesta superadora a la muerte de toda posibilidad de vínculo, han aceptado que la vida de nueva forma a la forma, y disponga cómo reunir esos pedacitos en un cacharro nuevo, que quizás en vez de tetera, ahora sea una fuente, o que haya mutado de taza en pocillo para café: no importa, nada importa más que el milagro de comprobar cómo el nuevo recipiente sirve, cumple su propósito.

Los pedacitos participan de un acatamiento que los reorganiza y en el que ellos mismos cantan la partitura junto con el organizador. Hay una retroalimentación permanente entre lo que es curado y la fuerza reparadora, una dialéctica no sé si sería el término adecuado, pero sí la participación dialogada en un camino dhármico, eudaimónico, cuya prueba de fierro es la felicidad que otorga a las partes.

Cuando digo partes, hablo de la reparación de un tejido vincular, pero también y primero de todo son las propias partes de ese algo que enfermó en nosotros, que se nos partió, que nos jaqueó la vida. Y también ese es un tejido vincular, ya que lo que se restablece ante todo, es el vínculo con la vida y con uno mismo.

El amor sabe cómo hacerlo.

Seremos nosotros los que lo escuchemos, los que acudamos a donde nos mande estar, aún en contra de todas las frases hechas, y de todos los saberes acuñados, o tal vez por eso mismo: la fuerza del amor es algo vivo, no encasillable.

Ningún amor “drena las energías” de nadie, ningún amor quita fuerzas. Es propio del amor trascender, encontrar la manera de lo posible en lo posible, es transmutación de lo yermo y de lo muerto, es energía de construcción.

Probar este arte da fe y da límite. Otorga la capacidad de reconocer en uno mismo las señales de que algo está bien o no lo está, de redireccionar las energías, de ponerlas donde hace falta, de quitarlas de donde no construyen.

Es un hacer, y como todo hacer constituye su sabiduría mientras hace y mientras descansa. Aprende del proceso y se deja instruir por el proceso mismo.

No es lo mismo la libertad que siente un ex fumador frente al aire disponible, frente a la visión de un kiosco, frente a otro fumador del que no huye, frente a su propia capacidad de quedarse ahí sosteniendo su elección de prescindir del cigarrillo, que la vivencia que tenía antes de haber fumado. Es algo mucho mejor. Es la revalorización del aire y de la libertad que antes no sabía que tenía, y ahora sí.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario