¿qué hacía yo cuando amaba a la esperanza?
¿le dictaba los argumentos a dios desde el banco de una iglesia
a san expedito o san francisco de asís
a buda
al dios hebreo, al padre árbol
les imploraba
aunque no usara palabras, hacía fuerza
con mi mente y con mi alma
en torno de cosas importantes?
¿Podría haberme detenido frente a un cielo lóbrego
y tormentoso
a forcejear para que se convirtiera en un cielo esplendente
saliera el sol entre los nubarrones
y se produjera el milagro?
¿Iría con la cabeza gacha bajo la lluvia si no se producía?
Ahora que he perdido la afición a la esperanza
miro el cielo. Va a llover me digo,
y mucho. Y cuando eso sucede, -siempre
que sea posible- me dejo mojar festivamente
por la lluvia o
me pongo a saltar en cada charco
como una niña que juega
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