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domingo, 15 de agosto de 2021

el amor al prójimo





"Te amo ni con mi corazón ni con mi mente

El corazón puede parar, la mente puede olvidar

Te amo con mi alma

El Alma nunca termina ni olvida."

Rumi


Hace rato me vengo preguntando por el amor, por todas las formas del amor...

Comparto aquí mi experiencia, y trato por consejo de buda de no tomar por bueno algo ajeno a la misma, -siempre puesta a prueba y examinada con el mayor de los cuidados- , a menos que me haya sido demostrado también por la experiencia.

Me pregunté hace unos días por el amor profundo.

Me pregunto ahora acaso por la misma cuestión, en el fondo el amor al prójimo, al otro, a los demás, o sea, a lo que no soy yo.

¿Qué otra fuerza puede llevar a una criatura de tres años a arrastrar el cuerpo de su madre a salvo de las llamas en una casa que se incendia?

¿Qué otra fuerza puede impulsar a alguien a interponerse entre un atacante  y el cuerpo de un familiar que va a sufrir ese ataque?

¿Es posible pensar ciertos oficios de riesgo y de servicio, como por ejemplo el de tantos rescatistas, de bañeros, de bomberos voluntarios sin tener en cuenta que están aceptando a conciencia que su vida pueda perderse por el solo hecho de asumir salvar a otros en circunstancias extremas?

¿Y eso, está mal? ¿ Implicaría masoquismo y autoinmolación? ¿Sería una elección poco saludable psíquica o espiritualmente, si se toma como parámetro el amor a sí mismo como norma universal?

¿Todo acto de servicio implica dejar de amarse? Yo creo que no: que más bien sólo quien tiene muy bien integrado el amor por sí mismo es capaz de arriesgar su vida por otros, no por dejar de amar la suya, sino por algún modo de comprensión profunda, no necesariamente intelectual,  de que la vida es una continuidad que no acaba exactamente con la frontera de nuestro cuerpo ni de nuestra alma.

Creo que es cierto que no es saludable poner el cuerpo ni el alma a reiteración para recibir el maltrato de quien, - porque no quiere, no sabe o no puede-, va a hacernos daño. Creo que ahí hay una falta de amor propio que no deberíamos tener.

Pero: ¿el extremo opuesto es realmente bueno? Quiero decir: mi paz primero, mi bienestar primero ¿SIEMPRE es algo válido? Yo creo, -y sigo a voluntad la premisa de Murray Schafer-, yo creo que no, que de ninguna manera. Si bien ni lo bueno es bueno porque sea antiguo, tampoco lo es porque sea moderno, y en ese sentido, tan cierto es que la abnegación llevada a extremos de sometimiento ha sido el común denominador de muchas generaciones y sobre todo de ciertos sectores, entre otros el de las mujeres aunque no en modo exclusivo... los pobres, los locos, los ancianos, los inocentes, los niños, los trabajadores más humildes, los indígenas, los mansos de corazón, etc, etc. Me estoy refiriendo a un modo de "amar" impuesto, confundido con el pertenecer, el obedecer, el ser víctima de algún tipo de abuso, y otras pérdidas de la libertad y la integridad personales.

Sin embargo, en esta cultura también vergonzantemente fascista, capaz de adaptar verdades del budismo y de la psicología a situaciones de un individualismo superlativo, en este culto a la Diosa Salud, -aterradoramente parecido al culto a la Diosa Razón de la generación ilustrada del siglo XVIII-, el yo se ha convertido en la medida de todas las cosas, y cada vez con más ahínco.

Hay algunos refranes cuya sabiduría es impresionante, como eso de que las penas compartidas son medias penas y las alegrías compartidas se multiplican, y eso se corrobora con la experiencia. De ahí la lealtad al amigo, a los afectos en general, la premisa de permanecer cerca en las buenas y en las malas.

Sin embargo muchas veces el amigue de hoy en día se aleja del dolor, no quiere acompañar ahí. Se considera que sólo debemos estar para "disfrutarnos juntos", reduciendo el concepto de disfrute al mero hedonismo, como si no fuera un enorme disfrute el compartir con un amigo un mal momento, el ponerle el hombro. Esos gestos que devuelven la confianza en la humanidad y que construyen, no sólo hacen sentir bien al que los recibe, sino al que los da. Hoy por tí, mañana por mí, otro de los tantos dichos memorables, porque de eso se trata la vida.

Hoy hay nuevos imperativos categóricos, como el soltar, como el apartarse ante la primera señal de malestar supuestamente causado por un otro al que casi no se conoce, como si nuestro sagrado yo no fuera capaz por sí mismo de hacerse daño sin ayuda externa, como si nuestro yo no fuera autor de grandes malestares sin necesidad de intervenciones ajenas, como si nuestro yo fuera realmente un disfrute al cien por cien para todes quienes nos conocen, como si no tuviéramos sombras, complejos, inseguridades, miedos y fantasmas para compartir.

Nuestra cultura de la hiper liviandad del ser, -la misma que Kundera halló insoportable- , confunde y mucho el tolerar humillaciones graves, con tolerar y tolerar-se imperfecciones. Nuestra cultura prefiere un sutil psicologismo descalificador deslizado suave pero arteramente, a un tono de voz un poco encendido. Nuestra cultura elige un modo de vincularnos que no nos involucre, que nos mantenga a salvo lo más posible de amar, porque eso sí que asusta, y cómo. Nuestra sociedad permite ese sutil maltrato de la falsedad consciente que jamás dirá en voz alta nada sustancioso, pero mantendrá los buenos modales a cambio de que nadie se convierta en suficientemente importante como para merecer lo mejor que podemos ofrecerle: nuestra entrega, nuestra disposición afectiva, nuestra sinceridad no brutal, sino honesta, nuestros actos hablando por nosotros más y mejor que nuestras palabras, nuestras miradas, nuestras percepciones, en fin, un sinnúmero de matices propios de la existencia humana que no decoloran con el tiempo, ni siquiera si el vínculo se rompiera, o incluso a pesar muchas veces de que se hubiera lastimado seriamente.

La fecundidad de lo compartido nos funda, nos hace humanos. La soledad nos construye y muchísimas veces nos ayuda a repararnos y a reconocernos, pero como dice el proberbio zen, el verdadero monje no se esconde en la montaña, sino que sale hacia el mundo a compartirse. El bodhisatva budista, después de ser iluminado va a compartir su luz con los demás. El cristo mismo,- y aquí me estoy metiendo en aguas cenagosas-, tan vapuleado en su cruz, tan vapuleado por su poner la otra mejilla y tan irreverente en su forma de echar del templo a los mercaderes, no sé qué tanto nos está hablando de masoquismo en los dos primeros ejemplos, o de violencia en el último. El mismo San Agustín cuando dice "ama y haz lo que quieras" no está diciendo que haya que permitirse cualquier cosa. Creo que está hablando, como el cristo enojado con los mercaderes, de que no todo enojo es destructivo, de que el conflicto y la puesta de límites son necesarios en la existencia humana. Tampoco hoy estoy tan convencida como alguna vez sí lo estuve, de que poner la otra mejilla SIEMPRE sea un acto de autohumillación.  (Igual sigo metiéndome en terreno cenagoso, y no es ese mi propósito, sino permitirme dudar en voz alta). Creo que la pedagogía de las personas hondamente seguras de sí mismas en cuanto a su integridad y capacidad de amar, pueden incluir acciones atípicas. Se atribuye a Buda una anécdota en que un campesino se avergüenza de haberle dado con algo así como una caña, por la cabeza a un hombre que lo humillaba constantemente, Sentía aflicción al observar su alma llena de odio por esas humillaciones. Buda le dijo que la próxima vez llenara su corazón de amor, y le volviera a dar por la cabeza con la caña, porque era el único idioma que ese hombre entendía. Claro que no somos ni Buda, ni Jesús, ni San Agustín, ni siquiera le llegamos a los talones a Nelson Mandela ¡qué decir!

A buen entendedor, pocas palabras, otro dicho interesante.

Si te hartaste de permitir maltratos, si sostuviste en demasía, si sos salvadora o salvador compulsivo, preguntate ahí qué pasa, porque realmente no se trata de un incendio, y en general no terminás ayudando a nadie. Pero por favor, no te vayas para el otro lado: no construye a nadie, ni a vos misme, Defrauda, hace mal. Y no te salva.

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