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viernes, 1 de octubre de 2021

dos árboles



en Ituzaingó teníamos dos ciruelos: verlos florecer desde mi ventana, desde la ventana de mi primer cuarto propio a mis dieciséis fue una fiesta. También había un limonero, que al igual que ellos, florecía y daba frutos. Cuando la casa se vendió, los ciruelos se fueron, dando lugar a una pileta para el verano.

Hay un bello poema anónimo japonés del siglo XII que me acompaña hace años:


ciruelo de mi puerta:

si yo no regresara

la primavera siempre volverá.

Tú florece


Pocos poemas tan generosos como éste. "Tú florece". Siempre, tú florece. Tanto cuando se lo decimos a quienes queremos como cuando alguien que nos quiere nos lo dice a nosotros. El deseo de vernos florecidos, el deseo de quien nos ama, el deseo de que los que amamos florezcan con o a pesar nuestro,  y el deseo de vernos florecer a nosotros mismos. 

Y me hago acompañar ahora por el poema del amigo Gerardo Lewin :


PATIO

El limonero de casa es infeliz.

¿Hay otro modo de decirlo?

Vive, pero no ha dado frutos

y en su tristeza amarillenta

me insinúa: deja ya de regarme...

¡Ah! ¡Si sólo pudiera irme lejos!

Ahora, en esta fresca noche de primavera vieja,

yo escribo y él deja caer una hoja seca.


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