Serrat hoy me volvió a recordar que no esperemos, y siento y entiendo a qué se refiere.
No obstante, hay algunas esperas que valen la pena, y creo que podríamos acordar con él también en eso: son distancias entre el sembrar y el cosechar, entre el invierno y la primavera, entre el gestar y el parir. Y valen la pena.
También esperarse a sí mismo vale la pena, y tener siempre la esperanza abierta y disponible a que otros puedan modificar cosas también vale la pena, aunque pueda parecer una utopía. Tal vez más que esperanza, eso se llame fe.
De todos modos es una espera des-esperada, en un sentido alegre de la palabra desesperanza, en el sentido en que la usa André Comte Sponville en su libro "La felicidad desesperadamente": en el sentido de poder vivir y disfrutar lo que hay, en vez de lo que falta.
Habrá puertas que cerrar a ciertas esperas, porque todo tiene un tiempo bajo el sol. Sin embargo, sobre todo en lo concerniente a lo que espera madurar en nosotros mismos, como en lo que esperamos, - o desearíamos-, que madurara en otros, es más que probable que lo que esperemos llegue, inesperadamente. Que lo que no sabemos llegue por donde no sabemos, y agregaría y cuando no sabemos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario