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viernes, 1 de octubre de 2021

ESPERAR


de tanto esperar en el cajón, mi pullover de salir, ese de hilo, hermoso, se llenó de pintitas blancas, inexplicables. No está inutilizable, así que decidí que si se arruina, sea por usarlo y no por dejarlo esperando.
Serrat hoy me volvió a recordar que no esperemos, y siento y entiendo a qué se refiere. 
No obstante, hay algunas esperas que valen la pena, y creo que podríamos acordar con él también en eso: son distancias entre el sembrar y el cosechar, entre el invierno y la primavera, entre el gestar y el parir. Y valen la pena.
También esperarse a sí mismo vale la pena, y tener siempre la esperanza abierta y disponible a que otros puedan modificar cosas también vale la pena, aunque pueda parecer una utopía. Tal vez más que esperanza, eso se llame fe.
De todos modos es una espera des-esperada, en un sentido alegre de la palabra desesperanza, en el sentido en que la usa André Comte Sponville en su libro "La felicidad desesperadamente": en el sentido de poder vivir y disfrutar lo que hay, en vez de lo que falta.
Habrá puertas que cerrar a ciertas esperas, porque todo tiene un tiempo bajo el sol. Sin embargo, sobre todo en lo concerniente a lo que espera madurar en nosotros mismos, como en lo que esperamos, - o desearíamos-,  que madurara en otros, es más que probable que lo que esperemos llegue, inesperadamente. Que lo que no sabemos llegue por donde no sabemos, y agregaría y cuando no sabemos.




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