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viernes, 29 de octubre de 2021

Tres fragmentos




Cada vez que vamos al médico juntas, la recompensa es el cafecito.

Siempre, después de repasar sus achaques,  hablamos de cosas lindas y me dice  que, - inexplicablemente-, de vieja puede gozar mejor de las pequeñas cosas, de las suaves alegrías. Eso la pone bien, pero a la vez le resulta un misterio.

Desde la ventana del café se ven volar unos gorrioncitos, y entonces ella se detiene en la contemplación


Ojos de anciana-

Mirando los gorriones

se iluminan


***   


Otro día de ver desnudeces femeninas, vaginas apenas rodeadas de pelos ínfimos, lunares, flaccideces, cuerpos de mujeres viejas rodeadas de chatas y aparatos. Cuerpos de mujeres, vaginas abiertas, tetas desnudas asomando por el camisón o por el sin camisón. Cuerpos de mujeres que son mujeres: aunque el hospital insista en  cosificarlas, los cuerpos suyos dicen que están vivas, que están tan aquí, en este mundo, como los nuestros.
Después de todo eso yo sabía que me esperaba la cita conmigo misma, la cita preparada conmigo. Todo estaba coordinado para que cuando llegaran a reemplazarme saliera para allí.
Después del taxi caminé, caminé medio perdida, cansada, casi sin comer, hasta el lugar de la presentación del libro de poemas al que estaba invitada y llegué: Primero pedí un té con canela y un pedazo de torta de naranja suculento que me supo a gloria, y entre bocado y bocado saboreaba la poesía y ese intermedio de piano que supo darse mientras me iluminaba una tenue luz y yo echaba mi cabeza hacia atrás sintiendo que en esa epifanía, -¡qué contraste!-, también te sabía allí conmigo, mamá,  y tomaba lo que me diste en herencia: el vuelo irremediable.


*** 

justo al tirar

el pañal de mi madre,

la hormiga con su hoja


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