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domingo, 26 de diciembre de 2021

como perro con dos colas


De tuitas las disgracias que pueden visitar al humano la pior, vea mire, es de lejos el amor a la queja.

Usté va por ahí y se encuentra con una proliferación de cosas bravas, pero bravas, que harían llorar a cuatro ojos a más de un colectivero de la línea sesenta. 

Usté ve gente peleando con la muerte, con la propia o la ajena, y eso en caso de que sea una. O sea, usté ve gente peleando en simultáneo con muchas muertes, con muchos amores colgados de las lágrimas. Usté ve gente con enfermedades propias o de los seres que ama, y sí, se les puede saltar la térmica, y con todo derecho, pero lo intolerable es que cuando la vida da un respiro, por cortito que sea, un respiro… ese momento en que justo la brisa fresca trajo el aroma de un jazmín, o cuando se está morfando un cacho de pan dulce que le obsequiaron, ese momento en que alguien le dice algo no importa bien qué, pero algo que de algún modo un perro decodificaría rápidamente como “me están queriendo” … ahí , justo justo ahí, se le de por decir “no se crea, mire que tengo ganas de suicidarme”, o “usté me ve bien porque no sabe lo que estoy pasando”, o tal vez “me resulta redundante y empalagosa tu manera de denostar cómo me autopercibo, Eduviges”.

Finalmente todo diálogo entre humanos, creo que podría ser sintetizado fácilmente entre gruñidos o lambeteos. El quejoso frente al amor, suele asquearse ante el lambeteo gruñendo.

Claro que la queja también puede darse ante cualquier evento que interrumpa el discurrir del dolor, como una invitación al cine, un beso robado, un alfajor guaymallén, o la caricia del viento.

En ese caso, el sabor del alfajor guaymallén bien puede traer a colación que los alfajores de antes eran más gruesos, más consistentes y más sabrosos, y que estamos en un momento decadente de nuestra historia. La caricia del viento podría tomarse como una amenaza de la que hay que protegerse para que la piel no se cuartee, por lo cual se emprenderá rápidamente el camino a casa, en lo posible en cualquier medio de transporte que llegue rápido. Y de la invitación al cine o el beso robado mejor ni hablar, imagínese qué tamañas desgracias podrían constituir para el amante de la queja.

Y ojo, que en esto da lo mismo que sea usté del club de los conformes crónicos, - o sea de esa gente a la que presuntamente la vida no les ha ofrecido mayores dolores-, o de los sufridores crónicos, - es decir, los aquejados de males desde la cuna-, ya que hay sofisticadas maneras de rechazar la felicidad por pequeña, por grande, por insignificante, por reiterada, por exótica, porque no es la que se usaba en casa, y sobre todo, por las dudas.

Y es que el vaso no tiene que estar ni medio lleno ni medio vacío para que usté sea feliz: vea mire, que un vaso totalmente vacío llenaría de felicidad a un contemplador de las bellas formas, a los amantes de las texturas, y hasta llenaría de felicidad a quienes disfrutan del colorido de los vasos de plástico.

Un vaso lleno de algo o vacío de algo ni le pone ni le quita a su capacidad de alegrarse. 

Hay quien en medio de un desastre infumable respira la alegría de un amigo y se llena de prana, mientras otros duermen lánguidamente el sueño profundo del dolor sin causa, que es el peor de los dolores, porque sus emanaciones producen lagrimeos en los rostros de quienes darían tanto tanto por ver que una vez, tan solo una vez, por fin, alcanzó.


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