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miércoles, 29 de diciembre de 2021

EL SACÓN DE LAS TÍAS




Nunca supe bien si era de la Tía Ana o de la Tía Mary, pero el hecho es que mamá después de que ellas fallecieran me lo legó. Es un sacón negro, largo, de lana de muy buena calidad, pero con el paso del tiempo se estropeó y apolilló un poco. 

Como me gusta mucho reciclar, en la medida de lo posible, esos objetos que no sirven pero que tuvieron mucho significado para uno, decidí que las tías podrían ponerse muy contentas, conociéndolas, de que el sacón quedara como manta de invierno para Mar, arropando su rinconcito.

Hace unos días tomé conciencia de lo sucio que estaba, y decidí lavarlo a mano, por supuesto.

Cuando lo enjuagué, además de darme cuenta de su peso enorme y mojado, vi con algo de espanto que mis manos, mis dedos, la bañadera, todo quedaba impregnado de una poderosa tintura negra, también de muy buena calidad, de esa calidad con la que estaban hechas las cosas antes según diría mi tío, y tal vez no se equivoque.

La cuestión es que jamás había experimentado algo así: tuve que cepillar mis brazos, y temí que la bañera quedara tiznada de negro para siempre.

Amante como soy de las metáforas, pensé que era un mensaje del universo referente a no dejarse pegar a la negrura externa. Era un momento apropiado, además, para dar esa lectura a la situación.

Mientras tanto, lo dejé secando en mi baño.

Cuando a los dos días me fijé si se había completado el proceso, observé que una parte estaba totalmente seca, mientras que el resto, no. Ya más liviano, lo dispuse de otro modo y empecé a notar que seguía tiznando, aunque con menor intensidad. Pero - ¡oh sorpresa! -ahora era azul lo que chorreaba de sus entrañas de viejo sacón de lana negra.

El azul resultaba más dulce, más maleable: con sólo remover un poco se retiraba la mancha, lo mismo que en mis manos y brazos.

Y más allá de lo estudiado en bellas artes, y parcialmente olvidado por no decir que casi del todo, en cuanto a la composición pigmentaria de los colores, me dije y decidí creerme éste, uno de los tantos cuentos que me invento para mi uso personal: siempre al desacorazar la negrura, acordate de que aparece el azul, el cielo, la inmensidad, el tono de lo sublime.


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