Si puedo dejarte ir como los árboles dejan ir
sus hojas, tan naturalmente, una por una;
si puedo llegar a saber los que ellos saben,
que la caída es alivio, es consumación,
entonces el miedo al tiempo y a la fruta incierta
no perturbaría los grandes cielos lúdicos,
este otoño extrañísimo, dulce y severo.
Si puedo soportar lo oscuro con los ojos abiertos
y llamarlo estacional, no áspero o extraño
(porque también el amor necesita un tiempo de descanso),
y como un árbol estarme quieta ante los cambios,
perder lo que se pierda para guardar lo que se pueda,
la extraña raíz todavía viva bajo la nieve,
el amor resistirá –si puedo dejarte ir.
***
Ahora me convierto en mí. Está
llevando tiempo, muchos años y lugares.
Me disolvieron y agitaron,
usé la cara de otra gente,
corrí como loca, como si el tiempo estuviera ahí,
tremendamente viejo, gritando su advertencia,
«Apúrate, o te vas a morir antes de»
(¿Qué? ¿Antes de alcanzar la mañana?
¿Antes de que esté claro el final del poema?
¿O de amar a resguardo entre los muros de la ciudad?)
Ahora a quedarme quieta, estar ahí,
¡sentir mi propio peso y densidad!
La sombra negra en el papel
es mi mano; la sombra de una palabra
mientras el pensamiento da forma a quien la forma
cae pesadamente sobre la página, se deja oír.
Ahora todo se funde, ocupa su lugar
del deseo a la acción, de la palabra al silencio.
Mi trabajo, mi amor, mi cara, mi tiempo
reunidos en el gesto intenso
de crecer como una planta.
Despacio como fruta que madura
fértil, se separa y siempre se agota
y cae, pero no agota a la raíz,
Así es el poema, puede dar,
crece en mí para volverse el canto,
hecho para y por el amor.
Ahora hay tiempo y tiempo es joven.
Oh, en esta sola hora vivo
toda yo y no me muevo.
¡Yo, la perseguida, que corría como loca,
me quedo quieta, quieta y detengo al sol!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario