Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


domingo, 22 de mayo de 2022

MALENTENDIDOS SOBRE LA FELICIDAD


Como diría Murray Schafer en su “Credo para educadores”, deberíamos empezar siempre por decir : “Yo creo”.

Así que entonces, yo creo que:

La felicidad es un gran malentendido, sobre todo entre nosotros, occidentales.

El psicoanálisis y otras líneas muy lúcidas de enfoque sobre el ser humano, advierten el peligro que se esconde en esta palabra, por temer que la persona tome la felicidad como una meta, un ideal, una especie de zanahoria siempre inalcanzable, o que se empeñe en negar el malestar y todas sus manifestaciones en nombre de un deber ser que cuesta muy caro, como todos los deberes del ser.

Hoy en día “ser feliz” está de moda, pero está de moda tomando lo peor de lo occidental, -ya que no todo es malo en occidente al fin de cuentas-, incluida la simplificación de la espiritualidad en la que incurre tantas veces.

 “Ser feliz” en occidente hoy en día para mi modo de ver tiene dos variantes, una la supuestamente psicológico- espiritual, y otra la de mercado, por ponerle un nombre que se me ocurre mientras voy escribiendo.

Ser feliz hoy, según la variante psicológico-espiritual, sería algo ligado a cosas tales como “superar” el dolor, por supuesto rápidamente, cambiar de página con firmeza y rapidez, sólo tomar de la vida lo que “te suma”, “ser tu mejor versión”, reinventarte, disfrutar a pleno, huir de la toxicidad ajena, y por supuesto no nombrar al dolor, excepto en los velorios.

Ser feliz en el modo mercantilista, significa publicar el plato de comida que se ha ingerido, en especial si es con amigos o pareja, en especial si es caro, publicar todas las imágenes que inviten a pensar que estamos contentos, sobre todo imágenes de viajes y relaciones, y que -aún secretamente-, también inviten a venerar el éxito, la posición alcanzada, no sólo en los estudios y las economías personales o familiares, sino en la estabilidad de los vínculos, su “solidez”.

En ambas versiones de la felicidad, subyace el haber trabajado duro por ella, el esfuerzo personal, y sobre todo cierto orgullo respecto a lo que se cree solamente mérito propio y en realidad es fruto de factores múltiples, como haber tenido la suerte de crecer en un seno familiar al menos medianamente amoroso, de no haber padecido marcas graves de maltrato temprano, u otras muchas circunstancias.

Tanto en la versión espiritual del “vibrar alto”, como en la psicológica de “ese es tu problema, no el mío” aplicado a rajatablas y a toda situación, hay un fuerte componente de individualismo a ultranza, y una noción peligrosamente extendida de que si alguien atraviesa por una situación de dolor o de infelicidad hay un merecimiento en ello, del mismo modo que hay un merecimiento en todo lo contrario.

Este tipo de visión acerca de la felicidad tiene por resultado generar una profunda infelicidad en quienes viven comparándose con otros, con esas “fotos” felices, con esas realidades supuestas, en donde no encajarán nunca, ni tampoco quizás están encajando sus dueños, los que las pregonan y publican. O tal vez sí, pero sin conciencia tal vez de su impermanencia.

Desde el otro lado, es decir, entre quienes critican esta manera de entender la felicidad, hay casi un tabú en pronunciar la palabra, porque si se la pronuncia, habrá que aclarar veinte mil veces que se trata sólo de estados momentáneos, que la felicidad con mayúsculas y en forma permanente no existe, etc etc

Mucha gente de la que me siento parte, cree en la felicidad, como cree en el dolor, y como cree que no se contradicen entre sí. Y negarse a nombrarla y sobre todo a vivirla, a experimentarla, es un enorme problema, tan grande como negar el dolor, huir de él, y negarse a experimentarlo y vivirlo.

Negar la felicidad lleva muchas veces a un modo muy crítico  y elucubrado  de vivir la vida, un modo en donde tantas personas se instalan, buscando siempre ese “pero” que no los dejará en paz, creyendo que por hacerlo público, por demostrar a otros cómo son capaces de “no engañarse” en cuanto al mito de la pureza de las cosas, -aún las más amadas-, son personas más lúcidas.

Creo que no hay nada más pedagógico en esta vida que tener la ocasión de ver a alguien ser feliz. Y cuando digo ser feliz digo riéndose, digo haciendo reír a otros, digo abrazándose y besándose en la intimidad y ante otros, digo diciendo piropos a las personas por el gusto de exaltar sus fortalezas, digo alegrándose con las alegrías de los demás, digo llorando cuando hay que llorar, aún a los gritos, y también llorando con el dolor del otro, digo haciendo actividades que expresen su verdadero ser, trabajando en lo posible de lo que les apasione, y transmitiendo esa alegría a quienes la reciban. 

Digo los que gozan con la presencia de sus amigos, sea en ese cafecito de a dos como en tremendas reuniones, digo quienes cuando hacen el amor se dan cuenta de la inmensa dicha que tienen en vez de enredarse en lo que salió mal y hacer el balance técnico, digo de quienes comen sonriendo, como los japoneses al llevarse a la boca el primer bocado, digo de los que pueden reírse de sí mismos aunque no siempre les salga fácil, y digo los que cuando aman, crean, bailan, o piensan, tienen la sensación de que por un instante todas sus neuronas hacen sinapsis juntas, una cópula de amor que hace explotar luminarias en el cielo.

Sí hay tragedias, a veces tremendas, y ahí no me queda más que callar, qué decir ante el Holocausto, ante los enormes horrores de la humanidad, y también ante las tragedias familiares o personales. No es mi propósito negar el desgarro, el trauma y lo terrible de nuestra condición humana. 

Pero también nombro a quienes aún atravesando momentos muy duros  pueden sonreír porque han visto un pájaro aparecer, o porque una flor les brinda su perfume. Creo que es esa disposición sumada a la ponderación de lo que es valioso aún en medio de lo adverso, la que marca la diferencia, del mismo modo que la conciencia profunda de que no somos dueños de nuestras circunstancias en forma completa, más bien todo lo contrario. Alguien mañana o dentro de un segundo puede enfermar o morir o lastimarnos. Algo siempre está a punto de pasar que no conocemos ni dominamos. Hay personas que son capaces de amargar una cena porque algo falló en el menú, mientras otras comparten un pedazo de pan duro con la alegría de valorar lo compartido muy por encima de lo que se está compartiendo.

No hablo de felicidad aquí sólo como un estado exquisito y exultante, sino como todos los matices entre "tocar el cielo" y simplemente saber que lo hay cuando no se lo puede tocar. Quienes entienden esta sencillez de lo que en vez de “felicidad” podríamos nombrar también como “hallar contento cotidiano”, no andan buscando la toxicidad afuera de ellos, ni señalándola como un estigma del que carecen. Nada como el budismo para advertir que se puede amar y ser en plena conciencia de la sombra que contenemos, de todos los contenidos difíciles que contenemos como humanos que somos. 

El bodhisattva no elige el individualismo de subirse a la montaña fuera del mundo a gozar de su paz, sino que va por el que aún no la logra, dando una mano como puede. No acostumbra dejar a los demás en la estacada, ni elige la solidez para definir la cualidad de lo deseable, sino tal vez la liquidez, no en el sentido que le da el noble Zygmunt Bauman, sino en la cualidad fluctuante de los ríos, que van cambiando aunque sean los mismos.

Las modernas “neurociencias” hoy descubren importantes factores desde un enfoque científico, que ya eran aconsejados por los estoicos, o los budistas tibetanos, sin tener pruebas más que las que emanan de las propias vidas: “por sus frutos los conoceréis” dice el cristianismo. Las neurociencias hoy enfatizan la concepción aristotélica de felicidad “eudaimónica” por sobre la felicidad “hedónica”: o sea, deja más huellas en el alma una felicidad que incluya el involucrarse de algún modo en algo que vaya más allá de uno mismo, que el hedonismo, es decir la búsqueda del placer como único objetivo. Y con este planteo no se desdeña el deseo y la búsqueda de placer. Un corazón bien plantado podrá ofrecer al mundo las mejores fotos de sus viajes o de los hechos trascendentes de su vida, podrá querer dar a conocer ese placer a otros, pero no como quien ostenta, sino como quien comparte con los demás parte de la belleza y plenitud que ha podido experimentar.

Ni dejar de nombrar al dolor y dejar de hablar de él, ni tampoco dejar de nombrar la felicidad y de hablar de ella. 

Celebración, amor, dolor  y muerte son manifestaciones de estar vivo. 

Así como Freud nos obsequia el concepto de pulsión de muerte y de ese modo explicar lo que atenta desde dentro de nosotros contra nosotros mismos para entender lo que al humano le obstaculiza vivir una vida mejor, las tradiciones budistas nos hablan de la bondad esencial para entender la manera en que el ser humano puede vivir una vida mejor. 

Y pese a los montones de discrepancias teóricas entre las distintas filosofías algo ahí, en lo profundo, nos dice que aunque debamos defender la alegría de la obligación de estar alegres, como tan bien decía Mario Benedetti, no por esto deja de existir, de pedir que la vivamos, y la difundamos con sencillez en este mundo.


( de mi serie "divagaciones de una aspirante a filósofa aficionada", ediciones Sur, post-pandemia y después)



No hay comentarios:

Publicar un comentario