El hombre a veces tiene heridas graves
hondas
que oculta entre las medias
que frota con silencios
que cura con alcohol.
Y sin embargo,
entre la embriagada lucidez que da el olvido
surge intacta la vieja sensibilidad
en alguna frase húmeda de ternuras.
Y da gusto entonces amar al hombre
que se ablanda y respira
con su herida al viento
salvado
salvándose
con su palabra mansa latiendo.
Y uno dice: es éste el hombre.
Pero eso dura poco:
la ternura se refugia mujermente
donde él le permita arrinconarse sin que se note.
Y vuelven la trinchera
el mutismo
lo brutal
la ausencia.
Pena que el hombre no sepa
humedecerse sin alcohol
ablandarse las costras
aflojarse la cuerda.
Pena que la mujer
no sepa no entienda no se explique
no perdone
encontrar tan de tanto en tanto esa médula fresca
que da sentido a su encuentro.
Porque el hombre húmedo
da en la palabra justa tan bellamente
que no hay flor que se le iguale
que no hay mujer que se le resista.
(poema reencontrado, 2002, posiblemente)
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