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sábado, 11 de junio de 2022

LA LOBA




Apareció por primera vez una tarde en que me había sentado en un banco de la plaza. Se acomodó a mi lado y el calor que transmitía parecía el de una hoguera. Me resultó incómodo e intenté correrme, pero me moviera a donde me moviera el calor abrasador iba conmigo. Miré por debajo del asiento y ella estaba ahí, y me observaba con una mirada felina. Era negra. Parecía una pantera y seguía irradiando calor. Traté de meditar unos minutos: yo no conocía esta sensación. Conocía otras muy similares de menor intensidad, pero no ésta. No podía eludirla, y entonces empecé a pensar cómo haría para convivir con esta nueva temperatura.

Lo supe: era la loba. Ya venía vigilándome desde hacía un buen rato. Tuve señales de su presencia. A veces, como ahora, se disfrazaba de pantera o de tigresa, pero era una loba. Salvaje, silvestre, sin ánimo de dañar a nadie. Ella no podía hacer otra cosa que mostrarse, que insinuarse, eso que yo jamás había podido hacer, y me pedía que la alojara dentro mío, que la sacara a pasear desde mis ojos y mis labios, desde mis gestos y mis posturas corporales. Y eso no era lo único que me iba a pedir: me iba a pedir que la escribiera, y también que viviera como ella, que viviera en su piel. 

Me asusté un poco pero no podía resistirme, porque era mucho mayor su embrujo, su poder de persuasión, que mi miedo, que dicho sea de paso ya era algo que ni siquiera venía usando. Me dije que si había podido aceptar al miedo y vencerlo, bien podía aceptar codearme con la loba que vivía desde siempre en mis entrañas y se había decidido tarde a dejar su guarida. 
Yo creo que pocos podrán entender esto que digo, pero sé de lo que hablo; porque la carencia de sensualidad, -esa apertura franca de los pétalos de la flor-, no es algo que excluya que una planta pueda brotar, crecer y reproducirse con placer, ni impide que emita perfumes maravillosos capaces de deleitar y seducir a otros seres. 

Pero la sensualidad es otra cosa: es la conciencia puesta sobre todo el proceso del placer, exacerbando su cualidad sintiente y promoviendo desde adentro la seducción no como artilugio, sino como necesidad de establecer contacto con lo deseado a través de la expresión del propio deseo.
 
Ese día lo supe: la loba estaba en mí y se estaba manifestando con una tremenda intensidad, porque aparecía en mi vida por primera vez. ¿Quién podía imaginarlo? Ni siquiera yo.

Cada una de las cosas que ella me dictaba no hacían más que sorprenderme. Me empezaba a sentir habitando una segunda pubertad, tal vez porque la primera no pude habitarla plenamente. Más bien hice milagros con la pequeña hendija que pude abrir dentro mío cuando mi alma era embestida por las fuerzas de un ejército de monjes armados como cruzados, monjes vírgenes que se subían por las torres de mi corazón y entraban trepando a las almenas, para penetrar como culpa en mis entrañas de niña que se asomaba tímidamente al deseo desde arriba de la torre. 

Hubo que hacer una fuerza tremenda para resistir desde adentro su amputación, y esa fuerza le quitó a mi alma púber la energía que requería para emerger en su totalidad; y la relajación que hubiera necesitado para acicalarse lo suficiente y salir a cachorrear en libertad, fue mermada seriamente por la falta de permisos: férrea, monacal, turbia, implacable.

Hubo que huir para ser. Irse. A otra parte. Construir a machete una pradera ahí donde la herencia marcaba una celda, e inventarse un permiso firmado a pulso poco firme para dejar el cilicio que le habían legado los ancestros todos.

La loba tuvo que esconderse para sobrevivir. Cada vez que se atrevía a aparecer en sueños, aún dentro de ellos era castigada severamente: alguien irrumpía prohibiendo la continuidad de un beso, de una caricia, haciéndola despertar justo antes, o justo ahí. Y la loba entonces se escapaba hacia adentro.

Tan oculta estuvo en la pubertad del alma, que hubo quienes movieron negativamente la cabeza ante la posibilidad de que pudiera no digamos crecer, sino al menos sobrevivir.
Y sin embargo sobrevivió y creció, y se manifestó como una dulce perrita faldera que jamás asomaba los colmillos, aunque a veces atacase sin razón. Pero nunca había salido a cazar.
Supe que estaba cerca su llamado cuando empezó a aparecer en sueños extraños en los que la libertad de su embrujo se dejaba atisbar. Un día, moviendo las caderas en una danza, me di cuenta de que esa no era yo, sino ella que se movía dentro de mí.

Difícil para mí comprender que ella y yo seamos el mismo ser habitando el mismo cuerpo y la misma alma. Por eso la escucho: cuando aúlla, cuando ronronea, cuando gime. 

Mi loba es una cruza con gata en celo, es un animal extraño y atractivo, lo sé, que puede funcionar a altas temperaturas. Digo que lo sé, y me asombro, porque nunca antes lo supe.

Cuando salió a cazar por primera vez ni siquiera era consciente de lo que estaba haciendo, ni sabía que eso se llamaba cazar. Creyó que se trataba de jugar con otro perro, cuando de pronto se dio cuenta de que enfrente tenía un tigre y que ella se estaba volviendo tigresa en medio de una escena que no tuvo tiempo de entender, porque se terminó antes de consumarse.
Después, volvió a su cueva. Era de madrugada ya, y decidió ponerse a ensayar su nueva personalidad, su nuevo rol. 

Empezó a practicar diariamente, y descubrió un enorme potencial en su voz, en su manera de vocalizar esa canción especial que tiene olor a siesta soleada o a madrugada humeante.
Se refregó en las hierbas de la tarde, se maceró en los aromas nocturnos del galán de noche, se perdió en los bosques luminosos y oscuros dejándose humedecer por el contacto con los elementales del bosque, animus de machos cabríos, de lobos de pelaje azulino brillante, o de gatos monteses con ojos alucinados.

La órbita del ensueño la contenía, aunque cada vez que salía a probar suerte en la caza diurna, el ejemplar elegido huía, o no se acercaba lo suficiente.

Ahora tiene hábitos raros, desconocidos para mí: cuando se enciende, por lo general sucede si visita algún lugar que sienta afín a su salvaje estado de calor y sensualidad. Voy descubriendo que le gustan los ambientes excéntricos y bohemios, que la atraen los gestos amables de desconocidos que le regalan palabras de afecto, pero eso no sucede con cualquiera. También puede suceder durante el día, sobre todo si en la siesta la sensibiliza un olor excitante; entonces lo persigue hasta refregarse en la huella que ha dejado ese animal anhelado, que no hace más que convocarla desde algún sitio ignoto al que ella mira cada vez que aúlla.
Y cuando se manifiesta en sueños, siempre es junto a un compañero que logra atraerla, y entonces, al juntarse, sucede el encuentro fértil en gozo, feliz encuentro que ya no se corta a menos que yo me despierte.

Me ha pedido expresamente que la escriba, que la cante, que la baile, que la nombre. Dice que, si escribo lo que desea, esa escritura puede ser mágica. Que no siempre las profecías son temibles, que confíe en que la escritura sea capaz también de crear lo soñado, y lo atraiga con toda la fuerza de la dulzura contenida desde el inicio de los días, ahora con ella como aliada.

Dice la loba que confíe, que la naturaleza silvestre de las cosas necesita el agua mansa de los sueños para parir lo real con la calidez necesaria, con la ternura a punto, con el contacto firme de quien desee estar con nosotras. 

Dice que ahora mi pulso está firme también, que confíe en mi canto. Y yo la obedezco porque a ella le creo.
 


 ***  
(y nada mejor para acompañar este texto con humor, que esta nota, encontrada al buscar imágenes de auténticas lobas)

https://www.debate.com.mx/insolito/Hombre-descubre-que-su-perro-es-una-loba-despues-de-tres-anos-20200215-0191.html



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