ella baila conmigo, lo cual es perfectamente cierto, aunque no se trate de reconocer la música que me hace vibrar al punto de salir disparada hacia el movimiento.
Lo que ella reconoce en mí, -y no solo en mí-, es la alegría, y la lee como la conjunción entre el movimiento que realizo con mi cuerpo y la expresión de felicidad en mi cara.
Sé que no la reconoce tan sólo en mí, porque una vez la vi en el canil viejo acercarse a Lila, la vecina melómana, cuando estaba moviendo las piernas y la cabeza al compás de lo que sonaba en sus auriculares.
Y ahí fue Mar, a saludarla, a hacerse presente en su alegría, también sonriente, a bailar con ella.
Lo que amo en Mar es ese movimiento hacia la alegría de otro, ese impulso de compartir esos momentos, con intensidad, con el ímpetu de su condición silvestre, cuando acerca un objeto de ella, en especial si se trata de uno para tirar, ya que así se pasea junto a quien danza.
Conjunción de sonrisa y movimiento corporal, o sea, expresión de éxtasis, son señales inequívocas para Mar de que hay que estar allí, hacerse presente en esa fiesta que ella hace suya también. Como en el abrazo.
Cada vez que Mar ve un abrazo, un saludo efusivo, ella quiere estar también.
Y salta. Lo cual puede ser molesto a veces...Y sin embargo no puedo evitar conmoverme por esto, y no desear reprimirlo.
Una vez en un acto que se hizo en la plaza, en memoria de los desaparecidos, hubo un aplauso que era serio, un aplauso dirigido hacia el dolor, y ella empezó a dar saltos. La tenía tomada de la correa, y por eso pude moderar su reacción e invitarla a tomar esos aplausos de otro modo que los palmoteos de una chacarera. Y parece que lo entendió.
Pienso en cuántas cosas lindas podríamos animarnos a evidenciarnos los unos a los otros, así como Mar sabe y decide hacerlo, sólo por compartir nomás, aunque no estemos escuchando la misma música.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario