Barcos a la deriva (de "Puerto libre")
Recuerdo una infancia feliz. Y cuando no puedo escribir la culpo de mi falta de temas. También la culpo cuando me encuentro incapaz de asumir la vida social como si en ella se me fueran las entrañas, cuando después de oír nueve veces la misma conversación sobre las elecciones empiezo a morirme de sueño o a soñar que estoy en cualquier otra parte, en uno de los veinte mil sitios a salvo de los análisis políticos y su murmullo incansable y reiterado.En el mundo que ahora vivo mi familia de entonces hubiera sido calificada de banal. Lo que yo creo es que sus intereses estaban puestos en los disturbios y aromas de la vida privada. El mundo de la política era tan inaccesible y desquiciado, tan caprichoso e intocable, tan temido, que la gente se limitaba a ignorarlo.Vivíamos regidos por ensueños que volvían importantes las cosas más triviales. Del mismo modo en que otros convierten en ensueños los resultados de unas elecciones, las cifras de los censos, las ocho columnas de los periódicos.Se hablaba durante semanas de la fiesta para el día de la madre y durante semanas los niños aprendíamos bailes, canciones, poemas y caravanas en un sinnúmero de ensayos a los que regía una disciplina sólo comparable a la que usa Michael Douglas en la selección de los actores para su Chorus Line.Más de veinte días se emplearon en hablar de los agujeros que le hizo Jaime al techo de la sala, del rasguño como de gato colérico que Daniel le dejó a Marta en la mejilla derecha, de la cicatriz que Verónica seguía teniendo en la pierna izquierda, del modo más eficaz para quitar los berrinches a Carlos, de la tarde de Navidad en que Sergio incendió el árbol con todo y esferas, de Diana la perra que estaba enterrada al fondo del jardín, de la cosecha de jitomates y gladiolas que el abuelo tenía en Matamoros, de cuál panadería hacía los mejores cocoles de anís, del último viaje que emprendió el tío Roberto, de para quién sería el escritorio de cortina del bisabuelo, de las paperas que le dieron a Lalo, de las pesadillas de Daniel, los quince años de Maicha y el chile con huevo y epazote que había guisado la abuelita. Durante años las conversaciones familiares han vuelto sobre los mismos temas con el mismo fervor, la misma desazón, iguales entusiasmos, idénticas discordias, innumerables y ardientes carcajadas, fieles congojas, nuevas complicidades.Así como hace muchos años que los analistas políticos hacen el recuento de sus esperanzas, lamentan viejos vicios y perciben cambios insospechados.Cada loco con su tema, cada quien su pasión y sus consuelos, cada cabeza como un barco a la deriva.Algunos sacian su ánimo de batalla acompañando a Gorbachov por las revistas y los editoriales que siguen incansables su incansable litigio contra lo impredecible. Otros enloquecen porque una señora dijo que en su trabajo le habían dado diez credenciales de elector para que se las ofreciera a quienes considerara pertinente.Un señor anda buscando pants de algodón por fuera y por dentro con la misma avidez de quienes buscan unas elecciones perfectas, unos niños quieren comprarse la cama elástica más grande del mundo, un intelectual dice que es mejor estar en Rusia donde sí pasan cosas aunque sean desagradables que estar en México donde no pasa nada, una mujer lo escucha exhausta mientras hace el recuento de todas las cosas que le han pasado sólo a su corazón y a su cabeza desde las seis de la mañana, un escritor famoso y fascinante esgrime la tesis que encuentra en los mexicanos la capacidad destructora más consistente del planeta, un niño se ata a la cintura la madeja de palma con la que irá tejiendo un sombrero por el que le pagarán a su familia doscientos pesos, también su madre teje un sombrero mientras hace sus faenas del día y lo mismo su padre mientras siembra y su hermano el menor y los demás. Todas las noches, implacable y vehemente, Amparo Montes canta en una cueva. En las mañanas abren las taquerías, danza la multitud camino al Metro, llega el cartero y silba el velador, se besan los amantes y, en cualquier parte, para no destruirse, los hombres y mujeres gozan el fervoroso circo de la reproducción.Mientras, sobre la mesa, una mamá forra los libros de sus hijos con la misma aplicada minuciosidad con que vio a su madre forrar los de ella, y tiene de repente la sensación física del tiempo, ese enemigo que dicen que existe.Disfruto a una amiga que se cura los miedos escalando montañas y a otra que se los cura padeciéndolos.Conozco una mujer que se sueña oyendo locuras mientras anda por el malecón, otra que oye locuras a cualquier hora y acalla sus deseos con agua de jamaica y música sacra. La mezcla de las dos repite a Sabines bajo la regadera
eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio
y a Luis Alcaraz en mitad de una junta
... prefiero la muerte
a la gloria inútil de vivir sin tí.
Si ella viera a su padre volver del otro mundo una mañana, le diría que cinco años después de su muerte aparecieron en México las uvas dulces de las que él tanto hablaba, pero quizá tendrá que morirse sin decírselo.Si ella fuera embarcación le gustaría ser velero. Deslizarse empujada por los azares del viento, no tener prisa ni rumbo, no hacía ruido. Pero le tocó ser mujer y anda por la vida corriendo tras el destino de otros, fingiendo que se dirige a lugares precisos, haciendo un ruido de sartenes y tacones apresurados, subida en un taxi que maneja un árabe perdido en Harlem, bajándose de un avión que olvidó sus maletas, abrazando a sus hijos como si pudiera hacer los invulnerables, como si eso les asegurara el recuerdo de una infancia feliz.Le tocó ser mujer, pero ella sabe que siempre será un barco a la deriva.¿Cómo sería su pareja si fuera barco? ¿Cada cuándo se cruzará un velero con su amante? ¿Serán monógamos los veleros? ¿Tendrán los barcos ideas políticas? ¿Deseos? ¿Curiosidad? ¿Temor? ¿Indisciplina?Si somos como barcos ¿quiénes son nuestros náufragos? ¿Que tesoros tiramos por la borda? ¿Por dónde nos entra el agua? ¿Qué milagro nos mantiene a flote? ¿A dónde vamos cuando el mar finge estar en calma y parece que el rumbo es nuestro, cuando tuvimos una infancia feliz y no tenemos hambre ni sosiego?¿En qué mares, se perderán nuestras cabezas este octubre sonriente y amarillo, implacable y lunático?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario