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viernes, 13 de abril de 2012

La pelota de trapo, cuento de Felisberto Hernández

Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre.
Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén.
Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita - pronto para correr- yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo.
Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver en un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén.
Mientras ella la forraba y le daba puntadas me decía que no podía comprar la otra y que no había más remedio que conformarse con esta.
Lo malo era que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar.
Cuando la estaba terminando, vi cómo ella la redondeaba, tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar.
Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia de verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo.
Después de haberle dado las más furiosas patadas me encontré conque la pelota hacía movimientos por su cuenta; tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella.
A veces se achataba y corría con dificultad ridícula; parecía que iba a parar, pero de pronto resolvía dar dos o tres vueltas más.
En una de las veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección ninguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conseguí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento. Entonces la abandoné en la mitad del patio.
Después volvía a pensar en la del almacén y a pedirle a mi abuela que me la comprara.
Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo. (Cuando era día de fiesta o estábamos tristes, comíamos dulce de membrillo). En el almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mí con sus colores fuertes.
Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dió y jugué de nuevo, me aburrí muy pronto.
Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle tirarle un pelotazo. Esperé sentado encima de ella. No pasó nadie.
Al rato me paré para seguir jugando y al mirarla la encontré más ridícula que nunca; había quedado chata como una torta. Al principio me hizo gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda.
Cuando me volvió el cansancio y la angustia le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota, que era una torta y que si ella no me compraba la del almacén yo me moriría de tristeza.
Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga. Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota que subía y bajaba con la respiración. Y después yo me fui quedando dormido. 

Felisberto Hernández: escritor uruguayo, 1902-1964.

(Doble homenaje: al autor, y al recuerdo de la voz de Norberto Uman leyendo este cuento en el taller, ternura que vuelve desde el año ochenta y tres.)

2 comentarios:

  1. Es un cuento bonito y triste que me ha evocado una pelota de goma de vivos recuerdos que me compró mi abuelo en mi niñez ... gracias por él.

    Un abrazo.

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  2. perdón por el atraso, mi querida!!! sí, es tristón...pero a mí me mueve mucho la ternura del final.
    Me alegro de que te haya llegado!
    Un beso grande!

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