Como alguna vez dije, la vida es imparable y la única cosa que nos queda frente a esa potencia, es frenar la marcha, cambiar la dirección de nuestras alas y volar a favor del viento que se dio vuelta en el medio de su propio viaje.
Una de las cosas que frenaron junto con mis pies, fue mi cabeza. Podría pensar que se quedó vacía y no estaría pensando de manera equivocada.
Trato de buscar los conceptos que tenía adentro y ya no me sirven.
Las metas que tenía hace una semana ya no quedan en el mismo lugar.
Mis prioridades y las causas que las sostenían, se cayeron como un mazo de cartas.
Y la palabra control dejó de existir en mi diccionario.
Nada queda dónde estaba antes, porque cuando un hecho inesperado irrumpe, no solo ya no hay nada: tampoco hay un antes.
Un día, todo, parece empezar otra vez.
Un día tenemos que empezar otra vez.
No siento angustia.
Ya no.
Siento la posibilidad que me abre la vida de ser consciente de lo que voy a elegir para seguir viviendo con un paisaje diferente.
No me pasa solo a mí.
Cada uno de nosotros se choca una vez con un golpe que nos rompe las estructuras y nos demuestra que no estamos hechos de porcelana.
Plastilina.
Mi cuerpo es de plastilina.
Mi piel es de plastilina.
El mundo es de plastilina.
Me toca reinventar un nuevo camino. Arremangarme otro buzo, en otras manos, de una vida que es cualquier cosa menos estable y quieta.
Y no está mal.
La hostilidad del mundo me golpea cada dos por tres y me vuelve a centrar en otro centro : no es así como tenemos que vivir.
No es así como quiero vivir.
No es así como hay que vivir.
De a ratos caigo en la trampa y me veo queriendo cosas que son eso : cosas.
Y por suerte, una nueva piedra en la cabeza, me recuerda que no necesito nada en forma de objeto para ser feliz.
El mundo viene con paquetes de regalos que nunca abrimos porque nunca nadie nos dijo que eran nuestros.
Tocarnos
Olernos
Mirarnos
Escucharnos
Probarnos
Amarnos
Cuidarnos
Abrazarnos
Disfrutarnos.
Elegirnos.
Vivirnos.
Lorena Pronsky.
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