Somos obras de arte
nacidas para que la vida realice intervenciones sobre nosotros.
Creemos torpemente
que somos los artistas, los creadores. Sin embargo sólo seguimos sus leyes, los
términos y condiciones en que ella, -la vida-, se manifiesta.
La letra chica se
cumple tanto como la grande en algún momento, y entonces es ella la que nos
interviene, introduciendo algo que no estaba, algo que a la vez nos sugiere o
invita o interpela u obliga lisa y llanamente a intervenirla a ella. Y es así
como se va generando un ida y vuelta entre creadores y co-creadores que se
desarrolla a puro diálogo entre las intervenciones que la vida quiere, - eso
que algunos llaman dios, destino, universo sabio e inteligente, etc, etc-, y
nosotros.
Sólo que cambiamos de
plano: mientras antes sentíamos que nos encontrábamos frente a nuestra paleta
de pintores diseñando la nueva obra, ahora nos situamos en una posición
distinta, tal vez de mayor humildad, quizá comparable a las posiciones
generatrices de las que hablaba Rolando Toro: algo así como unas manos con sus
palmas hacia arriba, expectantes y en actitud de aceptar lo que venga,
dispuestas a recibirlo y a amasarlo o ser amasados por ello.
Ese "hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo" que se me atragantaba de chica
y no tan chica cada vez que rezaba el padre nuestro, ahora es mi padre nuestro,
mi madre nuestra, mi vida.
Algo así como lo que
decía María Elena Walsh de que "es la poesía quien lo escribe a uno"
y no a la inversa, o lo que Martí escribe en uno de sus versos sencillos cuando
dice: "y todo, como el diamante, antes que luz es carbón"... Esto último
sonaba verdaderamente lindo antes de enterarme del proceso que requieren los
diamantes para convertirse en tales: gran presión y exceso de temperatura, una
y otra vez. En los apretones, lo que Virginia Gawel llamaría , -citando la
frase de una de sus pacientes-, "torniquetes
de dolor", y en los momentos de alivio, esa irreductible felicidad y
sencilla alegría. Tal vez, - como son nombradas en la película que lleva ese
título -, irrupciones de "belleza inesperada".
También la belleza
inesperada puede ser un proceso de carbonización hacia un nuevo estadio del
diamante, y como diría Jeff Foster, nos va disponiendo una y otra vez... a
seguir siendo intervenidos por la vida.
Decía Viktor Frankl,
que más que preguntarnos qué queremos de la vida, sería bueno preguntarnos más
seguido qué quiere la vida de nosotros. O por ahí sólo sea cosa de ponerse a
escucharla.
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