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sábado, 2 de octubre de 2021

CLAUDIO FERRARI: TRES POEMAS

Siempre Claudio Ferrari poniéndole voz a la mirada sensible y lúcida sobre la vida. Me da mucho gusto compartir sus textos. Habrá que ver si viene una próxima vez de estas "veces" memorables

Las primeras veces

De entre todas las primeras veces algunas sobresalen en nuestra memoria, arbitraria, por la precisión del suceso, porque deseamos mucho que ocurrieran, porque quisiéramos que hubieran sido distintas o por una nostalgia geométrica, o inoportuna. 

Primeras veces con la perplejidad de lo inesperado, con nuestra caprichosa, original -ese origen de nosotros mismos- fe en el porvenir. Del primer amor conseguimos argumentar teorías, sentenciarlo extravagante o inferir y establecer seguridades. La primera vez que conocimos el miedo, o una sombra o un infierno amenazante lo podemos adjudicar a los dioses, a los demonios o admitir su inexplicable oscuridad. El primer pecado, la primera buena acción, el primer adiós, el primer abandono que sufrimos, el primero que hicimos sufrir, son apenas algunos de los testimonios innumerables que nos inscriben confidenciales, como acertijos. Si fuera para nosotros inmutable el tiempo  -¿y por qué no?, tal vez lo sea- las primeras veces serían como relámpagos siempre para siempre, sin ninguna muerte en la que creer, ingenuos, sin sospecha ni amenaza, inmunes, herederos de la totalidad y de una ocasión constantemente excepcional, como un indivisible asunto al que atenernos, infinitos.

Las últimas veces

Hay un amanecer que será el último;  quizá la fortuna te deje verlo. Si dependiera de mí no dormiría esa noche y estaría atento a cada instante porque hay algo milagroso e innumerable en todos.

Fueron muchos los amaneceres que no vi: la última vez que vea uno quisiera saberlo, como la última vez que beba agua, la última que nos abracemos, la última que baile  -como siempre mal-, ¿pero por qué debería bailar bien si me bastaría con poder moverme?

Hay formas recurrentes que se imantaron en nosotros; cuando sea la última vez de ellas no las despreciaré y por el contrario estaré orgulloso de haber sido capaz de hacerlas mías.

Tocaré una piedra que encontré en un país lejano, tocaré la que haya más cerca de mí, en mi jardín, y ambas serán últimas veces juntas, como un puente, y eso probará que los he cruzado todos.

Hoy, ahora, ignoro que tal vez esta sea la última vez que escribo, pero no puedo vivir imaginándolo: no voy a reprocharme esa ignorancia ni me atormenta.

En toda despedida confluyen un azar y un destino, y en la aceptación de ese encuentro hay bienaventuranza y sosiego.

Quizá me sea dado conocer mi última vez de todo quizá o no; esa respuesta no me incumbe; apenas puedo atribuirme un deseo: si se acata mi voluntad no dejaré de disfrutarla y con una leve tristeza y una delicada alegría aceptar que no todo acaba conmigo.

Las próximas veces.

Son todavía invisibles, porque aún no han sucedido, y en este obvio, inverificable suponer hay riesgo, por supuesto, pero qué riesgo valdría sin juego: no radica en su resultado el mérito de las próximas veces, sino en su precisa expectativa o en su inexacta impresión, tal como el amor, tal como su ausencia, sin necesidad de cálculos como no necesita un brote de un libro de botánica. Es tan posible lo probable como su contrario y eso no los haría menos justos: sucedan como sucedan, las cosas siempre nos son prójimas. Las primeras veces y las últimas son irremediables, pero las próximas tienen la gracia de una epifanía o el deslumbramiento de una anunciación que verificaremos, la insistencia del deseo, la prefiguración de nuestra intervención en ellas, el movimiento esperado que es aún un ansia, el elogio de lo que ignoramos. Hay en las próximas veces un modo de ser propio que nos faculta a intervenir con una autoridad sin concentración, sin sujeciones, libres ya de quienes hemos sido y de quienes no seremos. La próxima vez ya está sucediendo, como la más real de las metáforas, sin contradicción ni fuerza que pueda impedirla. Requiere haber en las próxima vez nada más que su llegada y es esa la única seguridad de nuestra vida: se trate de un largo desafío o del más breve suspiro, confortados, sabemos que habrá otra.


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