MISA EN GRACIA
Se vistió con la ropa de ceremonia y fue hacia el altar. A esa hora la iglesia estaba desierta, aunque no más que su propia vida. Daba lo mismo oficiar misa o no, pero era una manera de pasar el tiempo.
Los rezos se le mezclaron con pensamientos dispersos hasta que intentó concentrarse para elevar el copón.
Fue cuando alzó la vista para consagrar que el juego de luces de unas velas le hizo ver entre sus manos a una mujer joven reflejada en el oro que guardaba el vino. Quedó contemplándola, tan en suspenso como el cáliz transformado en espejo.
En tanto, de pie, ahí, muy cercana, ella lo miraba y no parecía estar atenta a nada más pues no se había arrodillado cuando él hizo sonar la campanilla. ¿Qué esperaba…? ¿Habría estado en otras misas sin que Mateo la viera…?
El temblor de sus propios brazos en alto le recordó volver al oficio, también le recordó su cuerpo y su alma entumecidos por una soledad de siempre.
Bebió algo del vino y lamentó no tener a mano la botella para animarse mejor. La muchacha era una invitación a lo desconocido…; quizás ese momento fuese crucial para definir dónde buscar la exaltación de su misma existencia predecible hasta entonces…
Se dejó andar como si fuera otro el que dejaba atrás el ara, pero era él quien sentía que los milagros se hacen solos, si uno no se opone.
A ella le gustó escuchar su voz melodiosa: Mujer, estoy aquí y soy tan real como esta magia que nos acerca…
Porque aceptó el vino que le ofrecía y porque lo miró a los ojos cuando él rodeó con sus dedos las manos de ella, Mateo supo que ahí estaba ahora el altar y que ésa era la mejor consagración de su vida.
***
RELATO SIN TÍTULO
El sol brillaba, límpido. Allá, por el cielo, una figura majestuosa se acercaba como disfrutando la libertad del espacio.
El Caballo, el Búfalo y el Oso acababan de encontrarse en el linde del bosque con la pradera. Como era la hora exacta señalada, los tres levantaron la vista, seguros de ver llegar al Águila a la “Reunión del Bienestar”. Habían acordado hacía años, ya, tener esa unión ceremoniosa que los reconfortaba y daba nuevos bríos a cada uno.
Desde un principio, un recodo del río, suave, casi recoleto, se les ofrecía como altar para ese vórtice de amistad.
Después de los namaste recíprocos, cuando estuvieron acomodados, empezó el Búfalo a contar su año de experiencias. Lo dejaban siempre hablar primero porque su lentitud los ayudaba a bajar los decibeles del viaje.
- Amigos, hermanos, este año logré pastar en la soledad que me gusta y, a la vez, escuchar allí cerca los mugidos de mi manada; en ella, todos coincidimos en llevar una convivencia sin sobresaltos; al juntarnos para beber nos sentimos felices, colmados por el verde de la llanura que nos nutre y la pureza del agua. Vuelco esa paz que heredo de la tierra en éste, nuestro círculo.
El Águila movió un poco las patas antes de empezar su decir; aunque le encantaba bajar y comunicarse con sus amigos terrestres, le resultaba raro estar abajo.
- Tuve momentos de éxtasis, varias veces, al acercarme a
montañas altísimas. Dicen que represento a la divinidad, pero al estar entre la luz del sol y los reflejos que emiten las nieves, los ríos y los lagos, no pude menos que comprender que todo es un mismo canto y que sólo soy parte de él. No tengo más palabras para expresar esto; sólo deseo comunicarlo para que cada uno se sienta partícipe en la Unidad del mundo.
Lo dicho por el Búfalo y el Águila había ido calmando la ansiedad habitual del Caballo, siempre necesitado de carreritas y de juegos con sus hermanos equinos para canalizar entusiasmos. Sacudió seductoramente la melena y dijo:
- Yo también disfruté, como el Búfalo, con los míos. El prado y nuestras patas se aúnan en el repiquetear de los galopes y elevamos una voz de alegría que viaja por el aire. Siento que cada uno de nosotros cuatro somos felices por saber gozar lo que la vida nos da de bueno.
El Oso hablaba último en todas las reuniones pues lo consideraban el sacerdote del grupo. Pausadamente, movió sus brazos y, entre el pelaje de sus manos, aparecieron como por magia cuatro círculos azules con redes y plumas.
- Hermanos, ante todo, gracias por el aporte de cada uno de ustedes.
Me desperté temprano en esta primavera iluminada por las flores, perfumada por el miel y esa beatitud me inspiró a traer regalos a esta reunión; así que me sentí un artesano entretejiendo estos Atrapadores de sueños…
Alzó los brazos, mostrando la obra como cálices y agregó:
- Que ellos simbolicen el freno a lo que pudiera ser nocivo. Que permitan el paso del conocimiento necesario para cada día. Que sean la llave para sentirnos más cerca del Gran Espíritu – ustedes y yo, unidos, y unidos en el Todo, como dijera el Águila.
Los amigos sintieron que esa Reunión del Bienestar había sido maravillosa y, tras la “no-despedida”, se fueron por sus sendas con el regalo y las palabras alegrándoles el corazón.
La sincronía que mueve el universo hizo que, a poco de andar, los cuatro miraran a un tiempo su atrapador azul y sintieran cómo se complementaba su color con el brillo del sol y con la vivencia de sus almas.
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