Te reías, te reías mucho, festejando las locuras de los perros, su forma de jugar, tierna y salvaje a la vez. Te reías como una niña fascinada por las travesuras de "quienes no nos traicionan nunca", como dijiste en un momento.
Nunca me había cruzado con vos, con eso que se supone que son muchos años de cuerpo para un alma asombrada. Los veías jugar y estabas tan contenta como yo, mirándolos, divirtiéndote, sin preocupaciones desmedidas sobre sus ocurrencias perrunas.
Pero no habías llevado ningún perro. Habías ido de paseo al canil para verlos jugar, y ser feliz con eso, como una niña asombrada.
Cuando hoy volví al canil, te vi nuevamente. Estabas sentada esta vez, contemplando, más tranquila que ayer.
Había muchos perros esta tarde, algunos conocidos, con sus paseadores, y otros no. Y se me ocurrió pensar que quizás pudiera yo haber imaginado lo de que no tenías tu perro. Últimamente mi imaginación suele ser muy frondosa.
Entonces te pregunté desde el banco: ¿Cuál es tu perro? Y me dijiste sonriendo: "Están en el cielo". Y me tragué todas mis lágrimas.
Después de un rato decidí presentártela a Mar y darte un abrazo pandémico, de esos recatados y con barbijo puesto.
Ahora ya sabemos nuestros nombres, y algunas cosas más sobre la vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario