https://www.youtube.com/watch?v=7OlzxfSKjtI
No pude evitar emocionarme cuando los otros días, paseando por Purmamarca, vi el negocio con este nombre. Al poco tiempo empezó a sonar "Guanuqueando" por ahí, y al volver a Tilcara, la escuché nuevamente en la plaza, por segunda vez en el mismo día y me detuve.
Y te recordé, y se me
humedecieron, como ahora, los ojos.
No estaba en tu
Tucumán natal, y sé que no es lo importante.
Dicen que los que ya
no están, reviven cada vez que los recordamos, y quiero que sepas que te
recuerdo con amor.
Recuerdo que el
primer diálogo que tuvimos fue acerca del significado de la palabra airampo.
Fue en una clase de música. Yo venía observándote: quieto, silencioso en
extremo, y a la vez atento a todo; y fue la primera vez que escuché tu voz.
Grave. Seria. Aunque solías acompañar con una ligera sonrisa el final de cada
intervención que hacías.
Sabías mucho de todo,
y tu fuerte, sin duda, eran la palabra y la imagen: dibujando y escribiendo tu
espíritu encontraba los caminos exactos de su expresión.
Sin embargo, no te
gustaba cómo cantabas, aunque sí te gustaba cantar. Era muy tierno mirarte
entonar las canciones que practicábamos entre todos, con los ojos cerrados y una
profunda compenetración. A veces, hasta se te podía notar una cara serena, de
felicidad, al cantar junto con los compañeros.
Pronto empezamos a
compartir inquietudes intelectuales y vitales, y me contaste cosas de tu vida,
del amor a tu familia, de la división que había en ella. También sobre la
esquizofrenia de tu padre, -un notable artista plástico tucumano-, y tu temor a
parecerte a él.
Tenías un carácter
arisco que muchas veces produjo chispas entre ambos, sobre todo en las clases
de plástica, ya que tuve la suerte de tenerte como alumno en los cursos en que
yo daba ambas materias, - además del acompañamiento de piano en las clases de
folklore-, lo cual hacía que el conocimiento entre quienes integraban el curso y
yo, se profundizara, y circulara el afecto de una manera muy fluida entre
todos.
En las clases de
plástica no te gustaba ser observado, y muchas veces propiciabas a propósito
desacuerdos y rebeliones inútiles, que luego confesabas compungido.
En algún momento
terminaste la secundaria, y si bien no fui la encargada de darte el diploma, me
sorprendiste con algo sumamente inesperado: al final del acto de colación, me
diste una carta. Una larga e intensa carta escrita a mano, que tengo muy bien
guardada, aunque está esperando que me mude para aparecer, ya que en este
momento no podría hallarla para citar algún párrafo, si eso hiciera falta,
aunque no la hace.
Sentí al leerla una
de las más profundas emociones que pueda sentir una maestra, además de que tu
tono aludía también a la amiga que en cierto modo me considerabas ya por
entonces.
Años más tarde quise
saber de tu vida: yo iba a exponer obra plástica, y quería que fueras a la
muestra. Entonces tu madre me informó que no la estabas pasando nada bien, ya que
había detonado finalmente en vos el mismo problema de tu padre. No tuve coraje
de querer saber más que las tristes noticias que en ese momento me transmitió
tu madre, para nada alentadoras.
Pasaron los años, y
volviste a sorprenderme al pedirme amistad por facebook. No podría describir la
alegría que sentí de que estuvieras vivo y bien. Pronto nos encontramos,
quisiste invitarme a tomar un vino, y aunque no era mi costumbre tomar vino sin
comer, acepté.
Luego fuiste
contándome tu periplo, las aristas de tu infierno, y también las que te
condujeron de regreso, el profundo agradecimiento que sentías hacia tu madre y,
sobre todo, hacia tu hermana Ana, por haberte ayudado en muchas situaciones de
las bravas. Compartimos un encuentro de poesía, y muchos diálogos muy ricos por
facebook. Estabas produciendo y trabajando, cosa que me enorgulleció mucho. Te
sostenías solo, alquilando un departamento al que nos invitaste junto con otras
dos ex alumnas del cole, con quienes compartimos un día del maestro muy
especial.
Contaste en un
momento que convivías con seres inexistentes, pero que podías discernirlos
perfectamente. Tu inteligencia era abrumadora. Me acordé de vos cuando hace
poco vi "Una mente brillante", por la capacidad de distinguir el
propio delirio.
Acababas de editar tu
primer libro de poesía, y no lo querías vender: lo regalabas. Matías 215 era tu
seudónimo, y no llegué a saber por qué. Allí le dedicabas un poema a la
olanzapina, droga a la que estabas particularmente agradecido.
También me contaste
que estabas trabajando en un libro que reuniría tu obra plástica, y modelando
en pequeño formato seres que te expresaban.
No volví a saber de
vos hasta fines de dos mil diecinueve, año en que me llegó la noticia de tu
muerte, y yo no era tan valiente como ahora, Mati, y no pude preguntar nada.
Pero tampoco sé si es lo más importante. Te quise mucho, y sé que vos a mí.
Toda tu obra es
excelente. Tanto la pictórica como la poética.
No sé cómo fue tu padre. Sí sé que tu identidad es otra; que sos, -porque seguís habitándonos-, un airampo de luna con vida propia, un artista con mayúsculas, alguien con quien hoy me gustaría sentarme a tomar un vino, por qué no, o un mate, y sostener una larga charla sobre la vida, y poder verte viviendo la suerte en el amor que creíste no merecer, verte feliz; verte.
De todos modos, viste como es esto: los que dejan huella se quedan. Y vos dejaste huella. Por eso al ver el negocio te recordé, y al sonar dos veces la canción que nombra los airampos me surgieron las ganas de dedicarte estas palabras, que creo llegarán al sitio en que tu espíritu abreve.
Elijo imaginarte escuchando estas palabras. Elijo pensarte sobrevolando nubes, cantando con los ojos cerrados la canción que construya tu felicidad.
Te quiero mucho. Hasta cuando nos encontremos, amigo. Seguiré tratando de colaborar con la difusión de tus obras. Sabrás que nos trascienden, para qué explicártelo justo a vos.
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