Esta foto es de Diane Arbus, alrededor de los años setenta, en el Central Park. Pero en este caso es ella la retratada, fotografiando.
Dicen que Arbus, además de fotografiar preferentemente seres raros, deformes, "Freak", como se dio en llamarlos, lo hacía mirándolos a los ojos, mirándolos profundamente, y que dialogaba con ellos antes, durante o después. O sea, algo parecido, bastante parecido a lo que llamaríamos don de humanidad. Eso que decimos de las personas que honran en ellas lo mejor del ser humano.
En Biodanza, hace poco tiempo, me enteré de que, para Rolando Toro, - que a su vez se hacía eco en esta afirmación de otras teorías e investigaciones-, antes que el tacto, nos conecta el contacto visual. ¿Será por eso del amamantar, de la mirada de la madre y del hijo? No lo sé. Pero es cierto que ser mirados plenamente no es cualquier cosa, es todo un asunto.
Hay personas que no pueden sostener la mirada, hay otras que sí. Mirar plenamente al otro a los ojos, y dejarse mirar es un tremendo ejercicio. Pero creo que no sólo debería estar reservado a nuestras relaciones personales significativas, sino que es algo que debiéramos dedicar a nuestros semejantes más seguido, lo suficiente, mientras hablamos con un desconocido, con el comerciante, con quien sea.
Creo que nadie que no pueda ser mirado con aceptación podrá sentirse cómodo, por más que el lenguaje lo incluya a través de ciertas palabras o del uso del inclusivo, sin desdeñarlo como recurso. Pero viene primero el gesto. Tocar y mirar son actos de aceptación de nuestra más básica paridad humana, y creo que es ella, -la condición humana-, la que nos incluye a todos, y nosotros sólo podemos elegir o no dar fe de esto.
Hoy se habla mucho de de-construir la masculinidad, pero en realidad hay muchísimos hábitos aprendidos que podríamos empezar a de-construir todos, como por ejemplo el de no mirar a quien tiene deformidades o discapacidades. Empezar a mirar a esas personas, unos minutos nomás, al cruzarlas por la calle o donde sea que estemos, es darles un sí verdadero, es validar su existencia. Una mirada amorosa, respetuosa también de nuestra diferencia.
Me tocó muchas veces presenciar cómo a las personas ciegas no se les dirige la palabra en forma directa, sino a través de sus acompañantes. La persona ciega va a pagar, y cuando le dirige la voz al mozo- preguntando ¿cuánto es? por ejemplo-, el mozo, en cambio, le dirige la palabra al acompañante para decirle el importe. También suele suceder esto con las personas ancianas que padecen demencias o alzheimer, lo cual también me consta. Por desgracia me tocó observar esa actitud de hablarle al acompañante "lúcido" en otros ancianos, que quizás buscaron de esa forma, escapar de la peste que tanto nos atemoriza: el deterioro cognitivo.
Y es que la voz también toca, es una forma de contacto.
Y el anciano, el ciego, el deforme, perciben. Antes de hablar, perciben. Como todos nosotros.
Percibimos si somos o no aceptados, si somos parte, o si, -pese al simulacro-, estamos afuera.

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