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jueves, 26 de mayo de 2022

LA MIRADA

 



esta foto es de Diane Arbus, alrededor de los años setenta, creo que en el Central Park...la encontré como captura de pantalla de una publicación que no ubico. Pero en este caso es ella la retratada, fotografiando.
Dicen que Arbus, además de fotografiar preferentemente seres raros, deformes, "Freak", como se dio en llamarlos, lo hacía mirándolos a los ojos, mirándolos profundamente, y que dialogaba con ellos antes,  durante o después. O sea, algo parecido, bastante parecido a lo que llamaríamos don de humanidad. Como cuando decimos que una persona es profundamente humana, lo que queremos decir es que honra en ella lo mejor del ser humano.
En Biodanza, hace poco relativamente, me entero de que para Rolando Toro,- que a su vez se hacía eco en esta afirmación de muchas otras teorías e investigaciones-, lo primero, antes que el tacto, es el contacto visual. ¿Será por eso del amamantar, de la mirada de la madre y del hijo? No lo sé. Pero es cierto que ser mirados plenamente no es cualquier cosa, es todo un asunto.
Hay personas que no pueden sostener la mirada, hay otras que sí. Mirar plenamente al otro a los ojos, y dejarse mirar es todo un ejercicio. Pero no sólo debería estar reservado a nuestras relaciones personales significativas, sino creo que es algo que debiéramos dedicar a nuestros semejantes más seguido, lo suficiente, mientras hablamos con un desconocido, con el comerciante, con quien sea.
Creo que nadie que no pueda ser mirado con aceptación podrá sentirse cómodo por más que el lenguaje lo incluya a través de ciertas palabras o del uso del inclusivo, sin desdeñarlo como recurso. Pero viene primero el gesto. Tocar y mirar son actos de aceptación de nuestra más básica paridad humana, y creo que es ella, la condición humana, la que nos incluye a todos, y nosotros sólo podemos elegir o no dar fe de esto.
Hoy se habla mucho de deconstruir la masculinidad, pero en realidad hay muchísimos hábitos aprendidos que podríamos empezar a deconstruir todos, como por ejemplo no mirar a quien tiene deformidades o discapacidades. Empezar a mirar a esas personas, unos minutos nomás, al cruzarlas por la calle o donde sea que estemos, es darles un sí verdadero, es validar su existencia. Una mirada amorosa, respetuosa también de nuestra diferencia.
Me tocó muchas veces presenciar cómo a las personas ciegas no se les dirige la palabra en forma directa, sino a través de sus acompañantes. La persona ciega va a pagar y le dirige la voz al mozo preguntando ¿cuánto es? por ejemplo, y el mozo en cambio, le dirige la palabra al acompañante para decirle el importe. También suele suceder esto con las personas ancianas que padecen demencias o alzheimer, y también me consta. Por desgracia me tocó observar esta actitud de hablarle al acompañante "lúcido" en otros ancianos, que quizás buscaron escapar así de la peste que tanto los atemorizaba: el deterioro cognitivo.
Y es que la voz también toca, es una forma de contacto.
Y el anciano, el ciego, el deforme, perciben. Antes de hablar, perciben. Como todos nosotros.
Percibimos si somos o no aceptados, si somos parte, o si pese al simulacro estamos afuera.


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