Hace poco escribí, con el título, "Lo que se me atraganta", ésto:
No quiero más gente humillada que humille y enseñe a humillar
No quiero más seres perdidos en un auto-odio, - como bien lo llama Virginia Gawel-, que crea escuela.
Mujeres rotas que crían hijos para que las sostengan, padres ausentes que ponen a sus hijos en el lugar que ellos deberían haber estado.
Hijos sobre adaptados que terminan rompiéndose a su vez, sin que se note demasiado desde fuera en muchos casos, y que terminan rompiendo sus vínculos, y sus mejores posibilidades.
Mujeres que aprendimos a consentir en nombre del miedo o bien creyendo que le hacíamos un favor a alguien.
Hombres y mujeres abusados de algún modo, que nos hemos dejado abusar y hemos abusado también en mayor o menor medida.
Una historia que la humanidad viene repitiendo mientras insiste en desvalorizar el daño ejercido o recibido según su tamaño o área específica, como si eso que llamamos “grandes cosas” no empezaran siendo cosas chicas cotidianas y repetidas, como si eso que tantos y tantos creen inofensivo no terminara ,- por acumulación-, convirtiéndose en letal.
Como si no hiciera falta reparar pedir perdón acudir llorar a dúo vomitar escuchar para que el alma se libere de tanta carga y pueda barajar y dar de nuevo.
Cualquier camino que no empiece hoy, en mí y sin excusas no sirve.
Necesitamos empatía global, inteligencia emocional generalizada.
Necesitamos trabajar arduamente con nuestra alma para no conformarnos con tan poco a la hora de vivir realmente nuestra posibilidad humana.
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