Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


jueves, 30 de agosto de 2012

EL CLUB DE LOS PERDIDOS (Última entrega)

   
Así que la noche siguiente Eugenio concurrió en busca de empleo al Bar de la Otra Cuadra, en el cual lo recibió amablemente la señora Miel Pura del Valle Dorado, con un inmaculado delantal de lienzo color crudo, tras lo cual le explicó dulcemente las costumbres del que desde entonces sería su nuevo habitat : se trataba de un bar naturista, en el que se  buscaba fomentar la vida sana, ya que según entendía su dueña, cuerpo y alma estaban unidos y el nexo principal entre ambos era la correcta alimentación. También se tocaban temas relacionados con la espiritualidad en sus diversas manifestaciones, y se buscaba colaborar socialmente con los más desprotegidos, organizando eventos  a beneficio.
   Todo esto alentó enormemente e a Eugenio, ya que por fin sintió que llegaba a algún lugar en que podría compartir algo de valor humano.
   Tuvo que aprender a cocinar arroz integral, verduras y  otras yerbas, y al cabo de unos días le resultó familiar y agradable la tarea. Pronto se integraron a las actividades del bar María, Inocencio y Norma. El clima reinante era de una amabilidad serena que , - según le fue pareciendo a Eugenio -, era paradójicamente muy poco natural, ya que la amabilidad del lunes era exactamente igual a la del martes, y así sucesivamente, sin las variaciones propias de todo lo que emana frescura. Un día de tantos, la señora Miel Pura del Valle Dorado les anunció con la calcada cordialidad del día anterior su decisión de organizar entre todos un evento solidario, una suerte de kermesse en donde  se ofrecería a los más pobres del pueblo un menú especial, a la vez que actividades culturales y recreativas. La organización del evento se trataría a continuación de una conferencia sobre sexo tántrico, la cual se ofrecería en el Bar la noche siguiente, y a la que quedaban todos invitados.
  Y así fue como puntualmente Eugenio, María , Inocencio y Norma asistieron a la charla. En la fría noche, una correctísima pareja de filósofos orientalistas expuso una por una y en detalle, - sin perder la sonrisa -, todas las premisas del tantra en relación con la sexualidad humana, y el auditorio escuchó con idéntica paz cada una de las explicaciones, e hizo las preguntas de rigor. Eugenio miraba todas las caras: apacibles, demasiado apacibles, y por un instante imaginó a toda la gente que allí había practicando el amor tántrico... Y no había caso: sólo era capaz de ver un frío ritual que tal como las recetas de cocina debía seguirse por pasos y se dijo: "¡Qué estoy pensando! ¡ Con qué derecho yo creo que esta gente es sosa como la soja! Allá ellos, yo soy un puro prejuicio, al fin y al cabo"... Y dio por concluidas sus irrespetuosas cavilaciones.
   Terminada la conferencia, se pasó a evaluar el tema del evento solidario y se decidió que para la ocasión se prepararía un apetitoso y nutritivo menú vegetariano.
Norma, como siempre, introdujo uno de sus bocadillos, pero no fue de verdura, sino más bien de carne convertida en pólvora, cuando se le ocurrió considerar que la mayor parte de la gente que concurriría al festival era carnívora, y que debía estar contemplada  la diversidad del menú.
   Dado que casi más se la comen cruda por el comentario, Norma decidió no insistir, pero como no podía con su genio, la noche que se realizó la kermesse, armó por su cuenta una pequeña mesa con choripanes humeantes que durante un rato pasaron inadvertidos hasta que los niños empezaron a devorarlos en masa, y fue ahí donde se armó el escandalete. La señora Miel Pura del Valle Dorado estaba furibunda, y roja de rabia prorrumpió en gritos, mientras agarraba violentamente el mantel cargado con los pocos choripanes que quedaban y se lo llevaba para adentro como si se tratara de un satanás portátil, mientras echaba a Norma prohibiéndole para siempre su presencia en ese bar.
   Eugenio pensó que ese semblante desencajado nada tenía en común con la sonrisa impostada de todos los días, e indignado pero sin saber esta vez a donde ir, se echó a vagar por el pueblo. Norma, María e Inocencio lo siguieron, y después de mucho silencio decidieron plantar bandera en la mismísima plaza, tras pintar una pancarta improvisada que decía: "Club de los perdidos: Sólo sé que no sé nada".
   El Club de los perdidos empezó así su anónima y fructífera vida, inaugurándose con un par de locos descastados en la misma plaza del pueblo, en pleno invierno. Se juntaban allí unos pocos, muy pocos, que con incomodidades y frío, con felicidad y mate cocido de olla empezaron a compartir un poco de filosofía y algunas lecturas, comentadas sin pretensiones pero con sinceridad... A veces se tocaban espontáneamente temas de la vida, otras se leían y recitaban poesías, o alguno que traía su guitarra acompañaba con músicas y cantos el silencio nimbado de climas singulares e íntimos, que sin embargo destilaban un aroma común.
   Luego el Club de los Perdidos se trasladó a un galpón en donde continuaron las tertulias, no demasiado concurridas pero sí lo suficiente: Nunca fueron demasiados, pero la pasaban bien juntos.
   Algunos de los tantos que por allí desfilaron tenían una vida sexual insatisfecha y otros ni siquiera la tenían... Mientras que unos vivían momentos de plenitud, otros se encontraban atravesando crisis existenciales o estaban deprimidos, y la mayor parte de las veces la rueda de la vida terminaba girando y poniéndolos a todos en nuevas situaciones vitales que podían compartir sin intentar disfrazar su realidad ante nadie, y sin temor de ser juzgados por los transitorios compañeros de camino que en aquél refugio tibio trataban de ser fieles a la máxima, presuntamente socrática, de animarse a no saber.
  
   Doy fe aquí de lo que fueron esos mágicos momentos que hoy extraño como una etapa preciosa de mi vida.
   Pero esa nostalgia no es más que el agradecimiento por lo que vive en mí de todo aquello, por lo que vibra dentro mío cada vez que puedo sentir que la vida y yo somos uno...
   Es ahí cuando  lo recuerdo a mi padre, y lo veo aún presidiendo espiritualmente esos encuentros que llevó a cabo hasta el fin de sus días junto con mamá... Y entonces creo que Eugenio y Norma, mis padres, estarían contentos de saber que aquello que descubrí  en mi adolescencia aún hoy alumbra mis momentos más auténticos, y que a veces con mi mujer los imaginamos a ellos, infaltablemente  junto a María e Inocencio, divirtiéndose en alguna divina ignorancia... esa manera de hermanarse con algún todo tan benigno, que acaso aún no sepamos soñarlo.


C. Bakún (2004-2005)

imagen tomada de proyectopulperia.blogspot.com

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