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jueves, 30 de agosto de 2012

EL CLUB DE LOS PERDIDOS (Segunda entrega)




El Bar de Enfrente fue entonces el elegido por Eugenio, con la esperanza de encontrar allí un ambiente más respetuoso que los que había hallado hasta el momento. A su llegada el señor Abstruso lo recibió sin mayores alardes, y tras darle la mano un poco secamente (cosa que Eugenio agradeció después de tanta profusión de efusividad) le comentó en acento un poco cerrado,  (acaso porque el escaso movimiento de los labios debía ser adivinado detrás de los copiosos bigotes y la pipa), los hábitos del lugar. Le explicó que allí todas las noches se realizaban tertulias de alto nivel intelectual, en un clima de música suave y selecta, elegida especialmente para favorecer la actividad filosófica, ya que el objetivo de dichas tertulias era tratar temas con el objeto de debatirlos en profundidad entre la concurrencia. Le enseñó a Eugenio dónde se ubicaban  la biblioteca, la discoteca y la videoteca, tras lo cual se fue a recibir a los que iban llegando.
   Al cabo de unas cuantas noches de parar la oreja, Eugenio llegó a la conclusión de que lo mejor era decidirse de plano a no entender nada, sólo por no amargarse. Y esto no lo pensaba porque no le diera el mate para comprender cuanta palabra se usaba allí:  sus problemas no eran ni la falta de entendederas, - como hubiera dicho su abuelita -, ni tampoco la de vocabulario. El problema era que no se llegaba a ninguna conclusión, sólo se exhalaban citas de celebridades entre lentas bocanadas de humo, y los temas tratados quedaban siempre suspendidos en el éter, en algún "tal vez" frío y ceniciento, sin fuego ni entusiasmos, en un "como que" de pipas y parsimoniosos comentarios.
   En cuanto a la vida de esa gente, ninguna cosa concerniente a lo personal se conversaba allí: uno entraba con Bergman y se retiraba con Saussure, o nada... Es decir: ni "Cómo estás", ni  "Qué te pasó hoy". La cosa apenas si se reducía a alguna palmadita en el hombro, a algún entusiasmo puramente intelectual, a algún convenir lo que se leería o se vería en tal o cual ocasión.
   El caso es que un buen día llegó allí una señora gordita de ojos vivarachos muy interesada en participar de las tertulias: le tocó debutar la noche en que el tema elegido había sido  "la creatividad". Tras una larga introducción pronunciada por la Señora de Abstruso en la cual puso en claro la importancia del tema, se leyeron fragmentos de distintos intelectuales y se largó el debate, en el que,  - entre otros tópicos -, por alguna razón se llegó al famoso tema de los dos hemisferios cerebrales y su función el acto creativo... Dado que era difícil seguir el discurso de cada uno de los que intervenían, la señora de los ojos vivarachos se decidió por fin a introducir un bocadillo con la intención de simplificar la cosa y por fin dijo con la voz aguda y decidida: "Claro, lo que ustedes dicen es, - creo - , lo que yo experimento cuando tejo al crochet: como las manos están ocupadas, la cabeza se libera y aparecen ideas mucho más creativas de las que a uno se le ocurrirían por el sólo hecho de  proponérselas".
   Un silencio como de cuchillos sacados de las cumbres heladas del Himalaya se cernió sobre ella, mientras las sonrisas apenas insinuadas y las miradas sesgadas de todos los demás ponían de manifiesto el desprecio absoluto que había suscitado su intervención. Tras un sonoro "ejem", el señor Abstruso retomó la palabra, y luego cada uno de los restantes participantes dijo lo suyo hasta llegar por fin a la nada habitual, tan repleta de nobles citas, ante la cual todos sentían una plenitud orgásmica que los hacía retirarse, después de intercambiar cordiales saludos que por supuesto jamás llegaron a la señora gordita, de la que sólo se despidió cortesmente Eugenio, para ver si compensaba en algo el vacío en que la habían dejado los demás.
   Eso tampoco era para él, pensó, y esta vez sin tantas vueltas, dejó su delantal, y se fue tras ella. La alcanzó en la noche fría y le propuso que concurriera al Bar de la Otra Cuadra, tras comentarle que él iría a trabajar próximamente allí. Norma (tal era el nombre de la dama) le agradeció con un apretón de manos, mientras se enjugaba una lágrima de rabia de su ojo derecho.

(continuará en la tercera entrega)

imagen  tomada de revisioninterior.blogspot.com

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