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jueves, 22 de abril de 2021

La cebra cuentista, de "El idioma de los gatos", de Spencer Holst

“... que, en general, de la violación de unas pocas leyes simples de humanidad nace la desdicha del hombre: que como especie tenemos en nuestro poder los todavía no elaborados elementos de gratificación: y que, aún hoy, en las presentes oscuridad y locura de todo pensamiento acerca de la gran cuestión de la condición social, no es imposible que el hombre, bajo ciertas condiciones inusuales y altamente fortuitas, pueda ser feliz"

 EDGAR ALLAN POE 

El dominio de Arnheim


Con este hermoso acápite inicia el bellísimo libro de Spencer Holst, "El idioma de los gatos", agotado casi sempiternamente en honor a su lucidez, simpatía, audacia y humanidad.

He aquí el primero de los cuentos del libro, "La cebra cuentista"

    

    Una vez un gato de Siam que pretendía ser un león y que chapurreaba el cebraico.  

    Este idioma es relinchado por la raza de caballos africanos a rayas. 

    He aquí lo que sucede: una cebra inocente está caminando por la jungla y por el otro lado se aproxima el gatito; ambos se encuentran. 

    “¡Hola! —dice el gato siamés en cebraico pronunciado a la perfección—. Realmente es un lindo día, ¿no? ¡El sol brilla, los pájaros cantan, el mundo es hoy un hermoso lugar para vivir!” 

    La cebra se asombra tanto de escuchar a un gato siamés que habla como una cebra, que queda en condiciones de ser maniatada. 

    De modo que el gatito rápidamente la ata, la asesina y arrastra los despojos mejores a su guarida. 

    El gato cazó cebras con éxito durante muchos meses de esta manera, saboreando filet mignon de cebra cada noche, y con los mejores cueros se hizo corbatas de moño y cinturones anchos, a la moda de los decadentes príncipes de la Antigua Corte de Siam. 

    Empezó a vanagloriarse ante sus amigos de ser un león y como prueba les ofrecía el hecho de que cazaba cebras. 

    Los delicados hocicos de las cebras les advirtieron que en realidad no había león alguno en las cercanías. Las muertes de cebras provocaron que muchas de éstas soslayaran la región. Supersticiosas, resolvieron que la selva estaba hechizada por el espíritu de un león. 

    Un día, la cebra cuentista deambulaba por ahí, y en su mente se cruzaban argumentos de historias para divertir a las otras cebras, cuando repentinamente sus ojos se iluminaron y exclamó: “¡Eso es! ¡Contaré la historia de un gato siamés que aprende a hablar en nuestro idioma! ¡Qué historia! ¡Esto las hará reír!”. 

    En este preciso momento apareció ante ella el gato siamés y le dijo: “¡Hola! ¡Qué lindo día es hoy!; ¿no es cierto?”. 

    La cebra cuentista no quedó en condiciones de ser atrapada al escuchar un gato que hablaba su idioma, porque había estado pensando justamente en eso. 

    Miró fijamente al gato y, sin saber por qué, hubo algo en su aspecto que no le gustó, de modo que le dio una coz y lo mató. 

    Tal es la función del cuentista.



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