Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


jueves, 20 de mayo de 2021

DON DE LLANTO

 

Resulta Wilson que hay gente a la que le asusta que los demás lloren. Creo que en realidad lo que les asusta es que se sientan, que se sientan profundo.

Y paradójicamente el único capaz de sanarnos es sentir profundo, muy profundo, todo lo que nos sucede.

Ya bastante nos sirve la cabeza, pobrecita, entre otras cosas para poder organizar estas palabras, sin ir más lejos.

Pero pensar y pensar la vida, si para algo no nos sirve es para transformarnos. Sentir es convertir en vivencia, -como diría Rolando Toro entre tanta gente que lo diría distinto y que ha escrito sobre esto mismo-, es impregnar lo comprendido de emoción, o acaso al revés: transformar la emoción en comprensión de las cosas, los sucesos , las personas.

Cuando alguien se enfrenta a duelos, de la índole que sean, suele manifestarse de un modo hiperemocional, hiperexpresivo.

No hay que llamar esto. En los duelos menos que menos, y en la vida, nunca.

Ojo con confundir hiper-expresividad con el arte de joderle la vida a los demás creyendo que se puede decir lo que a uno se le cruza por el mate con total impunidad.

Lo que afirmo es que la expresión sana de lo que nos ocurre necesita interlocutores dispuestos a esa intensidad, que en las personas que atraviesan por duelos o procesos de sanación interna es mayor.

De todos modos, sea cual fuere la causa, asusta. Yo misma hace años solía asustarme un poco con una amiga que tras un recital salía llorando a yeguas por la enorme emoción que su corazón era capaz de albergar en gratitud a esa música. Otra amiga se asustó una vez cuando después del final emocionante de una película salí del cine llorando cuatro cuadras sin parar.

Actualmente la gente no se asusta de otras cosas: no se asusta de que dos automovilistas se bajen de un coche y por poco se maten, o al menos se griten y se insulten.

La gente no se asusta de los coches que ponen la música a mil decibeles invadiendo el espacio acústico de los demás.

Pero sí se asusta o al menos sospecha de la salud mental de quien se pone a bailar o cantar en la calle.

La gente no se asusta de su propia frialdad, de su amor por la no-alteración de sus creencias y suposiciones, no se asusta de las etiquetas con que se mira y mira a los demás, ni de la manera en que se auto-ausculta. , no se asusta de que su paz tenga que provenir de tirar a otros por la borda, tampoco se asusta de verse todos los días sacar el metrónomo o el centímetro para sopesar en vez de vivenciar realmente lo que ocurre en su adentro y en su afuera. . Y si se asusta de que su cabeza no pare, tal vez sea la consecuencia de que su corazón no la está acompañando, o quizás, no la está guiando.

Actualmente las neurociencias confirman intuiciones milenarias: El corazón tiene neuronas propias. El corazón piensa, y muchas veces es el cerebro quien lo acompaña. Hace algún tiempo le sugeriría a una gran amiga que experimentara profundamente las sensaciones de la abstinencia al pucho para poder dejar de fumar. Se horrorizó. El tema es que, si realmente necesitamos transformar algo, no hay otra manera que sentirlo, por desagradable que pueda resultar.

Conviene recordar y tener en cuenta que quien puede explotar de llanto, hablar mucho, -tal vez demasiado-, también será capaz de cantar mucho, de bailar mucho y de alegrarse mucho. Y tal vez, de escuchar mucho.

Por no correr ese riesgo mucha gente se pierde intensidades que tiene a mano y las va a buscar hedonistamente mucho más lejos, haciendo pagar precios a otros, o pagando precios altos ellos mismos en términos de integridad psíquica y espiritual.

Según remarcan muchos autores desde la PINE (Psico Inmuno Neuro Endocrinología) y otros campos, está más que demostrado que el placer eudaimónico genera felicidad a largo plazo mientras que el hedónico no. Lo cual no habla mal del hedonismo. Pero el placer por el placer mismo no otorga un sentido de vida o una sensación de autorrealización. Es un camino que no va a donde creemos.

En estos tiempos de poli-sexualidades, de poli-amores, de supuesto respeto a lo diverso, seguimos amordazando la sensibilidad con estereotipos. Nuevos, pero estereotipos al fin.

Etiquetas, nombres para cada cosa, estantes para lo ingobernable, prolijos anaqueles para anestesiar y domesticar a la sensibilidad siempre según algún paradigma, nuevo o viejo, qué más da, que santifique lo antes demonizado y demonice lo antes santificado.

La Salud quizás sea la nueva diosa todopoderosa de nuestros tiempos, tal como durante el Clasicismo lo fue la "Diosa Razón" en cuyo nombre se guillotinó a tanta gente. Goya nos advertía con lucidez: "El sueño de la razón crea monstruos". Pero no terminamos de darnos cuenta.

Hoy se vende como tóxico casi cualquier contenido, por lo general ajeno. En nombre de lo "sano" mucha gente esconde su incapacidad de tolerar lo diferente, anestesia su capacidad de abrirse, disimula su miedo y su fragilidad en vez de exponerla, larga el tarascón por las dudas, se torna incapaz de escuchar al otro de carne. y hueso, y queriendo ir detrás de la felicidad como de una zanahoria, se pierde justamente esa misma felicidad.

Pocas veces la Salud se ha tratado como hoy en día de pretensiones insanas, de peticiones egoístas, de berrinches, impunidad e intolerancia. Se busca "preservar" una paz que no se tiene adentro aún, ni tampoco se construirá tapándose los oídos porque hay tanto que grita adentro todavía que nos molesta un susurro que lo evoque o lo roce siquiera.

La debilidad tiñe la ética de comodines todo terreno.

Mientras tanto la Emoción tiene mucho para contarnos: escuchemos, pues.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario