Cuando escuche por primera vez Valsinha del extraordinario Chico Buarque, me emocioné. Fue hace muchos años, pero me sigue sucediendo aún cada vez que la escucho. Me pareció una canción revolucionaria, realmente revolucionaria. En un mundo que no sé si se preludiaba tan cruel, esa reivindicación del amor resurgido, del amor contagiado, del amor locamente sabio y reparador, de la ternura, me llenó de emoción.
Luego pasó el tiempo, y Valsihna no decoloró. Y aunque en el mundo y en nosotros haya habido cosas que decoloraron, así como un derrumbe nos sorprende, todo lo que nace de sus cenizas también, y en el proceso de aprender de la herida se abre un espacio fértil, ávido de buenas noticias, de risa, de emociones profundas e intensas pero sobre todo auténticas. Y a veces uno vuelve a enamorarse de la vida. Basta con sentir la belleza, con enarbolar simplemente el saludo cotidiano al vecino, con amar.
Osvaldo Bossi ama a Eli. Es un enamorado entregado y consciente, y tal vez por eso más entregado. Su amor y su obra poética se asimilan y se retroalimentan, su obra rebosa felicidad, y él cuenta que es feliz. Y no es frecuente. Y me parece digno de ser reivindicado.
Es claro que no estamos hablando aquí de felicidad como sinónimo de éxito en términos convencionales, ni de ausencia de problemas o de dolor, de ausencia de conflicto, ni mucho menos como ese "estar a tope" de los triunfadores de la vida.
Nos va diciendo Bossi en sus "Notas alrededor de un libro":
Son poemas de amor. El amor trasciende, como cualquiera sabe, el objeto de su deseo. Pero son poemas de amor de un hombre de 60 años hacia un chico de veinte. Sin ambigüedad, o con las ambigüedades propias de la poesía.
Mi amor es inagotable. Va de Eli a los poemas y de los poemas a Eli. Así, una experiencia se alimenta de la otra. Más amo, más escribo. Más escribo, etc.
Pizarnik dice que las palabras no hacen el amor; hacen la ausencia. Si esto fuera cierto ¿es de la ausencia de Eli, no de su presencia, de lo que hablo? ¿Toda poesía es escritura del duelo?
Y he aquí uno de los asuntos cruciales. es cierto que la poesía es además de tantas cosas, un conjuro contra el mal de amores. Pero no toda poesía es poesía de duelo. El amor celebratorio existe. Un amor que no reemplaza en el poema la presencia del amado sino que la celebra. Y sigue diciendo el poeta:
Si Eli es un poema viviente (eso es lo que siento cada vez que lo miro) ¿para qué escribirlo?
Un enamorado, pase lo que pase, es siempre un creyente.
El poeta es un creyente, siempre. Pase lo que pase.
Anoche le pregunté a Eli qué le parecía los poemas que, a partir de él, de nosotros, estoy escribiendo. Me dijo: me gustan porque hablan de la realidad.
Y refiriéndose al amor y su irrupción, al amor como cierta exquisita forma de la locura, se me ocurre que esto que Bossi plantea, coincide bastante, - si no del todo-, con Tato Pavlovsky cuando dice: “No se puede jugar a medias. Si se juega, se juega a fondo. Para jugar bien hay que apasionarse, para apasionarse hay que salir del mundo de lo concreto. Salir del mundo de lo concreto es introducirse en el mundo de la locura. Del mundo de la locura hay que aprender a entrar y salir. Sin introducirse en la locura no hay creatividad. Sin creatividad uno se burocratiza, se torna hombre concreto. Repite palabras de otro.”
Entregarse a eso que irrumpe:
Con el amor me pasaría lo mismo. No lo busco y llega. No puedo salir de ese estado voluntariamente. Ni salir ni entrar.
Todos mis libros son de amor, o hablan de amor. Es decir, a todos mis libros los escribió un loco.
Pero cuerdo, ¿quién escribe? En frío, ¿quién se pone a garabatear versos? ¿Quién ama?
El amor nos saca de sí. Nos pone afuera de nosotros mismos, nos arrebata, nos da vuelta. La poesía, si no me equivoco, ¿no hace lo mismo?
Estar dispuesto a amar, es revolucionario. No sólo en el amor erótico, pero también en el amor erótico. Un modo de existir enamorado de la vida, del prójimo, de personas concretas, de seres concretos. El mundo que siento que es soñado y dibujado en Valsinha.
Sean felices, dice siempre Daniel Molina, cada vez que nos despedimos. La felicidad como una forma de reivindicación y de venganza.
Estoy convencido que la felicidad --amorosa, erótica-- en un homosexual (en cualquiera de las sexualidades disidentes) es una forma de revolución. Y, en cierta forma, de venganza.
Y ahí, con todo el respeto que me merecen las sexualidades disidentes, sus dolores y sus luchas, voy a animarme a disentir un poco con el planteo de Bossi en cuanto al alcance del concepto de "sexualidad disidente". La felicidad amorosa, erótica, es un triunfo rotundo sobre la desdicha que nos quiere imponer el mundo del "Candombe de mucho palo". Y en ese sentido,-como todas las sexualidades- , la heterosexualidad también tiene que aprender a cantarse a sí misma una canción feliz.
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