a mis abuelos, mis tíos, y mis viejos
Ellos velaron los últimos jazmines,
las glicinas finales,
las camisetas que se iban para siempre
de las puertas y el mate.
Ellos venían del anarquismo y la protesta
y de ser clausurados por el franquismo,
y llegaron a la dignidad sin un peso,
al médico de barrio y al cana que era bueno,
hasta arribar sin tiempo para el asco
a este mundo de profesionales en serie
donde el minuto se cobra y la consulta cuesta siempre
aunque no siempre valga.
Les sacaron el cine de los barrios,
la virginidad y el casamiento,
y se quedaron sin entender los albergues transitorios,
los amores transitorios,
y la palabra "pareja" que vino a reemplazarles
esposo, esposa, concubinos y novios.
Ellos venían de fábulas de hermanos
donde no era lo mismo si "mi Juan" o "tu Pedro",
y si sufrían , sufrían,
y no había vuelta, ni psicólogos, ni autoestima,
porque se quedaban vacíos, y porque sufrir era sufrir,
es decir que quedarse hecho pelota
duraba sin querer toda la vida.
Desde ahí parieron a sus hijos,
se enfermaron de odios
y no hallaron remedio.
Lo cierto es que a ellos no les llegó
el hedonismo en comprimidos.
Sabían del gusto de otras cicatrices
y la familia se les desmembró en dolor
porque los amigos no calzaban en la herida.
Hoy no saben bien qué hacer
con un mundo de fax y cómodas recetas
que no son para ellos, y a nosotros , tal vez,
tampoco nos sirvan.
Ellos vinieron de un mundo de amapolas y nieve.
A sus padres los casó el abuelo
sin pensar si se amaban
y a ellos los casó el destino
sin pensar cómo amarlos.
Nosotros los miramos con asombro
y nos quedamos esperando otra cosa
hasta aprender a armarnos de otro modo,
o tal vez a amarnos de otro modo
que quizás nos lleve, también,
toda la vida.
Ellos llegaron a esta ciudad porteña
en la que amasaron todo lo que pudieron
con la porción de sus vidas que no quedó anudada
al barco que los trajo.
Conservaron su honestidad, su fidelidad al ancla
y una inocencia para llamar algunas cosas por su nombre
aunque no hayan sabido rebautizar la vida.
Quizás nos toque a nosotros
buscar entre esos nudos de vieja soga
chispas de inocencia, hebras de coraje,
soleados hilos nobles,- libres por naturaleza,
alegres, ajenos a toda cultura-,
con que coser nuestra esperanza.
Ellos velaron los últimos jazmines, las glicinas finales.
Nosotros los miramos sin querer toda la vida
a fin de aprender con su llanto, su historia,
sus desgranadas manos,
a construir con esmero otro presente,
otro imperfecto puerto
donde quemar las naves.
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