Se acaba de desprender el cristal de mi anteojo de ver de cerca y no tan cerca: bifocal de cercana y mediana distancia.
Pruebo a mirar así: si miro con el ojo desnudo del agujero sin cristal, Mar aparece medio confusa, borrosa, pero de una sola confusión. Si en cambio la miro con el ojo que ve a través de la lente, veo su forma nítida, bien delimitada. Si pruebo a mirar con ambos ojos a la vez en cambio, veo un lío, dos enfoques que en conjunto distorsionan, que no se complementan.
Dicen que nuestros ojos tienen rarezas. A veces uno ve más que el otro, o uno tiene presbicia y el otro astigmatismo, o ambos presbicia pero sólo uno astigmatismo.
O sea, no son parejos. Ni ven tan claro por sí mismos. Necesitan a veces una ayudita de los anteojos. En ese caso, cada lente aporta lo suyo para lograr la ilusión de una visión integrada entre ambas disfuncionalidades.
Cuando los ojos no necesitan lentes, se me ocurre que llegan por sí mismos a esa ilusión de ver más o menos a la par las cosas, y que funcione el equipo.
Nunca sabremos si la visión es perfecta: sabemos que nos funciona.
Pienso de pronto que en las relaciones humanas debe ser igual o parecido… O sea: dos que miran, y funciona. Y aunque no sea del todo real lo que ven, encuentran el modo de que les sirva hacerlo juntos.
Cuando la reciprocidad,- o eso que también podemos llamar magia, entendimiento, o como sea-, se rompe, el efecto distorsiona, y resulta bastante fiero e insoportable ver así.
Y hay quien ha dicho: más vale tuerto que mal acompañado.
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