En una noche deplorable de gripe y bajón, junto fuerzas para hacerme el consabido baño de pies con agua tibia y sal…gruesa en este caso, bien gruesa.
Emprendo esa tarea, y tras estar unos minutos con los pies entibiados, recuerdo de pronto una escena de hace muchos años: yo estaba sumida en una depresión provocada por un abandono amoroso de importancia, y durante unas vacaciones de invierno me vi cuasi inmovilizada por la sensación de estar enferma, lo cual derivó en el hábito de tomarme la temperatura a cada rato. Siempre daba alrededor de treinta y siete y medio, cosa que hoy nos llevaría casi derecho al hisopado, pero no era el caso entonces.
Afectada por una angustia que se convertía en temor ante todas las muertes posibles habidas y por haber, di también en reparar, -utilizando mi lupa mental-, en un dolor que vivía en una de mis manos.
Fui al médico, quien para sacarme las sombras al respecto me ordenó una placa radiográfica. Una vez revelada, la saqué del sobre marrón de rutina y quedé azorada en la contemplación de una especie de tenia saginata que subía y bajaba entre los huesitos de mi mano derecha.
Recuerdo que uno de mis primos, quien por entonces estudiaba la carrera de veterinaria, se hacía eco de mis aprensiones, preocupándose seriamente por ellas a punto de ponerse a investigar acerca de la febrícula, y, sobre todo, de las causas posibles de la imagen obtenida en la placa radiográfica.
Sin embargo, según creo recordar, fue el mismo doctor quien barajó la hipótesis de que se pudiera tratar de alguna cadena, pulsera o reloj… y hete aquí que dio en la tecla, ya que de eso, ni más ni menos, se trataba.
Mientras recordaba ese dramático episodio con los pies en el balde de agua tibia con sal gruesa, se me escapó la primera risa estruendosa de los últimos cinco días, gracias a dios, amén.
imagen tomada de la web
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