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lunes, 30 de agosto de 2021

POR AZAR, ÁNGELA



Esperaba con enorme avidez mi primera clase de Filosofía en la Secundaria. No había leído nada aún de eso, me intrigaba.

Ella llegó, lo recuerdo, y después de presentarse rápidamente, empezó a ir al grano. Sobre el pizarrón hizo unos gráficos bien sui generis, a través de los cuales nos explicaron cosas que quedaron inscriptas en mi corazón por los siglos de los siglos. O sea: que la verdad existe, que es inalcanzable en su totalidad, que lo que es verdadero no se camufla según a quién moleste, que cierto grado de frustración es propicio para la vida, y todo eso dicho desde un rostro de tono cetrino, un pelo renegrido y bien sujeto, y un vestido muy tradicional, con unos collares que parecían hechos de confites de colores.

Una vez recuerdo que se fue del aula por la puerta de atrás porque se había pasado en el horario. Siempre se quedaba respondiendo o debatiendo alguna inquietud de las alumnas, y esta vez, hablando de los griegos, musitó muy al pasar antes de irse que quizás su mérito provenía no tanto de haber pensado la vida, sino de haberla sentido. Eso, murmurado por los labios de una mujer sobria en la manifestación de su emotividad, aún me sigue resultando llamativo.

La tuvimos también como profesora en Fundamentos de la Educación, Lógica y una materia más que no recuerdo bien, creo que era Historia de la Educación.

Sería inútil intentar traducir un hecho mágico dado en el ámbito de lo racional, pero muchísimos conceptos como la diferencia entre necesario y contingente, empírico y abstracto, o particular y universal, me fueron aportados en ese entonces, así como el uso correcto de términos tales. como “trascender” y sus derivados, y también era novedosa la forma de evaluar que tenía, utilizando el método del libro abierto, y pidiéndonos en nuestras exposiciones orales que comenzamos por lo que sí habíamos entendido, y dejamos las dudas para un momento posterior. Esa modalidad tan similar a la del caminante, que cuando se tropieza con una piedra, la aparta para seguir caminando en vez de quedarse hipnotizado en la dificultad.

Años después medité también sobre el hecho de que en pleno proceso militar ella nos dijo que de política sí se podía hablar en la escuela, que una cosa era política y otra politiquería.

Y cuando en quinto año nos alentaba a llevar nuestras inquietudes a la clase, recuerdo haber hablado junto con otras dos compañeras sobre el libro Summerhill, que por alguna ignota razón compartían las bibliotecas de nuestros progenitores.

Es casi seguro que esa parquedad afectiva suya haya sido la causante de que no le haya pedido el diploma al egresar, sino a otra profe muy buena, mucho más expresiva que Ángela, aunque mucho menos trascendente para mí.

Así iba cargando por la vida la culpa de no haberle agradecido lo suficiente lo que sentía que ella me había legado.

De grande, dando clases en primaria, me encontré con una colega que la conocía: había estudiado en la misma escuela normal, y para las mismas épocas que yo, y se cruzó con Ángela Azar en el supermercado. Le pedí que, si la veía, por favor le pidiera su teléfono. Y así fue. A mis cuarenta la llamé para balbucear mi agradecimiento veinticuatro años después, y ella me preguntó qué cosas eran esas que yo recordaba; luego de transmitírselas, me agradeció, y yo me sentí con una satisfacción enorme, y mucho peso de encima puesto en donde debía estar: en haberle dado a conocer que por fin esa botella al mar que ella nos había tirado, como hacen todos los Educadores del Universo, había dejado su mensaje en mi corazón.


(a mi Profesora Ángela Azar, Escuela Pública "Normal N°6", con enorme gratitud)



(ella, en el centro, piel cetrina, mirando con el mentón en alto)

2 comentarios:

  1. ¡Hermoso recuerdo, Claudia!
    Y más hermoso el hecho de haber podido contactarte con Ángela. Haber tenido la posibilidad de agradecerle esa siembra que en tu corazón germinó y floreció. Para un/una docente creo que no hay mejor premio...

    A propósito, yo también quiero agradecerte tu visita a mi blog y tus afectuosas palabras, como siempre lo son.

    En mi respuesta te decía que no dejaras de abrir tu correo Gmail, en cuanto pudieras. Seguramente te va a interesar. Bueno, supongo que seguirá siendo el mismo. Ya me dirás.

    Un gran abrazo y que esta inminente primavera te sea propicia, querida amiga.

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    1. Feliz de nuestro reencuentro, amigo!!!! Ya me fijaré en mi correo. Y ojalá que esta primavera florezca todo lo que está bien sembrado en nuestras vidas. Abrazote, Juan Carlos!!!

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