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lunes, 13 de septiembre de 2021

EN REPUDIO A LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN




¡Cómo es posible que nadie alerte y se alarme y se sensibilice frente a las nuevas formas de normatividad y punitividad!

¿ Es posible que las mejores mentes de mi generación, -parafraseando a Ginsberg-, estén impávidas, sumándose a esta macabra cultura de la cancelación, a esta nueva forma de la pacatería que empieza a padecer gran parte de la sociedad y sobre todo las generaciones más jóvenes?

¿Es posible que nadie ponga el grito en el cielo de tanto hablar en nombre de la pureza, como nos hablaron siempre, siempre, siempre, los dogmas que nos sumieron en la desdicha como humanidad?

¿O es que alguien se cree que puede ser amoroso y suave las veinticuatro horas del día, que su compañía ha de ser cien por ciento disfrutable para el resto de la humanidad y para sí mismo?

¿O  es que alguien puede considerarse empático , solidario y bueno en forma suficientemente consistente como para poder tirar la primera piedra políticamente correcta sobre un otro diferente?

Sólo que esa diferencia ahora pasa por otras características, claro, pero en el fondo pretende lo mismo: anularla, anular la diferencia.

¿ Y la cancelación en forma de boicot? ¿Qué es? ¿Una obra de bien público?

¿Y la confusión, - en el caso del arte y del pensamiento en todas sus manifestaciones-, entre la persona y su obra? Como si faltara reflexión de primera mano sobre la diferencia entre obra y creador, entre la idea en sí, y la conducta "moral" aprobable o reprobable de quien la esgrime.

¿Vamos a discutir ideas o a aprobar personas?

Cuando entré a la secundaria Neruda estaba prohibido por zurdo. Según la nueva normatividad, debería seguir prohibido, pero ahora por mal padre, y por discriminador.

¡cuánto hemos ganado!

¡vivan las nuevas hogueras!

Las ideas que han hecho avanzar al mundo no siempre han venido de personas intachables, ni de santos, ni de seres infrecuentemente nobles.

Las obras de arte que más nos conmueven no provienen de almas inmaculadas: no las hay, señores y señoras, no las hay. A lo sumo y con buena suerte, habrá artistas muy queribles y bastante coherentes entre su vida y su obra, y otros para nada, o no tanto.

En nombre de la abominación de las antiguas categorías arrojamos nuestros nobles dardos morales políticamente correctos y modernos en la misma manera aburrida, uniforme, carente de matices y desprovista de contextos que ha caracterizado a los dogmas de todos los tiempos.

Someterse a esto se llama miedo, hipocresía, y temor de diferenciarse. Se llama obediencia debida, se llama miedo a arriesgarse a no ser parte del rebaño. Se llama acallar la propia voz. Y ejercer censura sobre la voz ajena. 

Amén.



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