1999. Año de pintar, así como 2020 y lo que va transcurriendo de éste vienen para escribir.
Pintando andaba yo por entonces, sin parar casi. Lo abstracto, la mancha, el automatismo, los chorreados, salpicar con fuerza a pleno pincel... todo eso me fascinaba y tenía el permiso del espacio de un atelier -vivienda, o sea, si se ensuciaba el piso, todo bien.
Así las cosas, cuando quise hacer otro trabajo abstracto y quedó algo que no me gustó para nada.
Mi querido y admirado colega José Amore siempre riéndose, me decía que cuando a él le pasaba eso lavaba el cuadro íntegro, y empezaba de nuevo...que por ahí quedaba alguna sugerencia que continuar, etc...
Y yo no lo lavé, pero le pasé repetidas veces un trapo bien mojado, que barriera con todo ese bodrio abstracto.
Y cuando el bodrio fue barrido ví el rostro de una mujer que miraba hacia arriba. Estaba cantado. No había que hacer más que seguirlo. Y eso hice.
La impronta me condujo por un camino mucho más figurativo de lo que hubiera supuesto, con licencias poéticas pero con rostro.
Y me sorprendió. Cada vez que lo miré después tratando de separarme de mí misma, de verlo como si viera algo de otro, ví en él algo que parecía muy elaborado. Y no lo fue. Muy estudiado y planificado. Y no lo fue.
Más allá del resultado obtenido, lo que me sorprende es la génesis de la imagen, y cómo una vez más pareciera que las apariencias no tienen demasiado que ver con el proceso interno, que lo que se ve o se muestra no siempre es lo que suponemos que es o que fue.
Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...
miércoles, 8 de diciembre de 2021
cómo obedecer a una mancha de tinta
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