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martes, 25 de enero de 2022

LA FLOR DE UNA PENA , Ensayo poético, (inédito, 1996)

 LA FLOR DE UNA PENA

(o SOLEDAD, MALENA Y UNA APROXIMACIÓN DESDE EL MISTERIO)


Soledad y Malena. Dos mujeres, dos encarnaciones de un mismo estado del espíritu: la pena.

Soledad lleva impreso en su nombre el sino que la hace bajar por el monte a la hora en que nadie, excepto el poeta, - como piadoso interlocutor-, podrá acompañarla.

Malena canta. Canta el tango para un auditorio tan ajeno a su mítico mundo interno, que sólo otro poeta podrá rescatarla de él, intentar traducirla, presentarla al mundo.

Federico García Lorca y Homero Manzi: dos poetas a la luz de cuyas miradas ambas mujeres comenzarán a emparentarse, a revelarnos proximidades que rebasan los límites de la propia cultura, de la que , - sin dejarnos de hablar-, emergen, para trascenderla en una universalidad asombrosa.




Soledad Montoya por Alejandro Alonso



Malena

Manzi pone la oscuridad en los ojos de Malena; una oscuridad que sólo es comparable con la del olvido (“Tus ojos son oscuros como el olvido”). A Soledad Montoya en cambio, la oscuridad la va transfigurando, tomándola poco a poco, pero íntegramente: “¡ Qué pena! Me estoy poniendo /de azabache carne y ropa”. Pero es la pena la que atrae la oscuridad, la que tiñe la mirada de la una y el cuerpo entero de la otra. Esa oscuridad mítica, sobrenatural, viene a su vez de geografías íntimas y lejanas de las que se nutre: la infancia de callejón, las tierras de aceituna y ese mar apenas nombrado ( “Tal vez allá en la infancia, su voz de alondra / tomó ese tono oscuro de callejón”… “No me recuerdes el mar, / que la pena negra brota / en las tierras de aceituna/ bajo el rumor de las hojas” ). Tierras que se encuentran en el misterio: ¡dónde queda el callejón? ¿Qué representa? ¿ y dónde aquellas tierras atormentadas por el mar, ese mar que es responsable de la pena?

Los labios de Malena son “apretados como el rencor”. Soledad llora “zumo de limón, agrio de espera y de boca”. ¡Qué acritud habita esas bocas únicas? ¿Qué mar común las otca con esa sal misteriosa que pone amargas las canciones, esa “Sal del recuerdo” que llega de un mar que, sin embargo,  pide no ser recordado?  (“No me recuerdes el mar, /que la pena negra brota”… “tu canción / se hace amarga en la sal del recuerdo”).

La pena crea un velo, un muro imaginario que separa a ambas mujeres de la realidad, porque la realidad de la pena se sitúa hacia adentro, hacia la propia interioridad de cada una: universos cerrados del recuerdo, secretos del corazón a los que no se puede llegar. A los que ni siquiera los poetas, - sus propios intérpretes-, pueden llegar. Manzi se atreve a arriesgar una hipótesis: “Tal vez allá en la infancia su voz de alondra /tomó ese tono oscuro de callejón… / O acaso aquel romance, que sólo nombra / cuando se pone triste con el alcohol”. Pero los datos son escasos y mucho lo que queda en las sombras.

La pena de adentro sólo se comunica a través de la canción: los pechos de Soledad “gimen canciones redondas”; los tangos de Malena son “criaturas abandonadas / que cruzan sobre el barro del callejón/ cuando todas las puertas están cerradas / y ladran los fantasmas de la canción”:  todo esto dice Homero Manzi en una fantástica, increíblemente lograda visión expresionista.



Y es justamente en medio de este terrible desamparo en donde hace su aparición el duende. “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”, dice Federico…Pero ¿ qué es el duende?... “Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas.” Sin embargo “la verdadera lucha es con el duende”. Federico agrega: “Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Sólo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”… “La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso” “Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza, y en la poesía hablada, ya que éstas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto”.

Y es que el duende lorquiano, tal vez primo hermano de aquel espíritu dionisíaco del que tanto hablaron los griegos, ese duende que es emoción pura y al cual “hay que despertar en las últimas habitaciones de la sangre”, no irrumpe “si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad que ha de mecer aquellas ramas que todos llevamos adentro y que no tienen, que no tendrán consuelo”.

Cuenta el poeta, a propósito de esto, una anécdota de la Niña de los Peines, la famosa cantaora que después de una actuación cuidada pero fría, ante la decepción de su público “se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento,  sin matices, con la garganta abrasada, pero …con duende”. Federico agrega : “La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas sino tuétano de formas, música pura, con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara a luchar a brazo partido. ¡ Y cómo cantó!”.


Algo así habrá transmitido Elena Tortolero de Salinas, - conocida como Malena de Toledo-, esa noche en que Manzi, de paso por el Brasil, la escucha cantar en un peringundín de San Pablo. Y aunque José Gobello defina aquel impacto como el encuentro con “una voz extraña que desafina tangos”, es esta Malena, - con sus manos como “palomas que sienten frío”-, la que en ese punto crucial del desamparo, del frío de su soledad, libera al duende que habita en las últimas habitaciones de la “sangre de bandoneón” que le corre por las venas. Ella quiebra su voz como la Niña de los Peines ( “Malena canta el tango con voz quebrada”, dice Homero), y deja salir a los niños-tangos, abandonados como ella misma, echándolos a andar por el barro del  callejón. Y mientras allá lejos ladran los fantasmas de la canción, Malena logra el milagro, produce el hechizo, y canta…Canta el tango como ninguna.

La pena negra de Soledad, en cambio, es el duende que no puede liberarse, que la hace correr por la casa como una loca. Soledad no canta como Malena. Sin embargo, esas canciones redondas que gimen sus pechos sean las que acaso le permitan escaparse rodando monte abajo…

Soledad Montoya, dibujo de Federico García Lorca

Se me  hace que el duende y la pena participan de una raíz común, de un mismo tronco. Lorca ha hablado, más allá de su poesía, extensamente sobre ambos, en conferencias y artículos. Y es refiriéndose a su Romancero gitano cuando nos dice que se trata de  “un libro (…)  donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena, que se filtra en el tuétano de  los huesos y en la savia de los árboles, y que no tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia, ni con ninguna aflicción o dolencia del ánimo”… “la pena andaluza es una lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y que no puede comprender”… ¿Pena andaluza? ¿pena porteña? ¿Pena universal?... Y es que la pena, -continúa Federico-, es “un sentimiento más celeste que terrestre”. Y agrega: “la pena de Soledad Montoya es la raíz del pueblo andaluz. No es angustia, porque con pena se puede sonreír”… Y también cantar: “ Yo no sé / si tu voz es la flor de una pena “ dice Homero Manzi… Y sin embargo, -paradójicamente-, es la Soledad Montoya de Federico quien aparece en el poema como cegada por la rabia, como si ya no pudiera sonreír.

Pero para ambos poetas la pena dignifica, como un estigma de nobleza, de pureza. Federico dice, en una suerte de suave coda musical, con una especie de admiración triste: “¡Oh, pena de los gitanos/ Pena limpia y siempre sola!” y Homero concluye, con un sentimiento tal vez idéntico: “Sólo sé / que al rumor de tus tangos, Malena, /te siento más buena, / más buena que yo.”

Hasta aquí los poemas. Pero es al examinar las vidas de ambos poetas cuando aparecen nuevas proximidades. Cercanos en el tiempo real que les tocó vivir, también compartieron un mismo espíritu nimbado por el misterio y el lirismo, y por una mutua admiración hacia la tierra y la cultura del otro. Lorca amó la ciudad  en la que “el tango abre en el crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas”, una Buenos Aires a la que le brindó su teatro y su presencia. Manzi, a quien “todo lo que fuera español lo fascinaba”, y que además “quería a Lorca hasta la veneración”, encarna, según la opinión de Horacio Ferrer, todo lo que el porteño tiene de español. Tal vez por esto no nos extrañe cuando Homero afirma que “el tango tiene la extensión de las pasiones”, como “música sacada de adentro, que ríe, sufre, ama, odia o ridiculiza”.


Malena seguirá siendo rioplatense y Soledad andaluza. Cada una nos deja, en música y letra, un aroma y un gusto diferentes.

Sin embargo las dos son mujeres. Recuerdo aquella reflexión atribuida a Sócrates, en la que considera al niño y a la mujer protagonistas esenciales de la inquietud filosófica, del asombro, de la pregunta por la vida. Aparecen ante mí los personajes de García Lorca, y aunque Federico, -como pocos, como casi nadie-, supo apelar en su obra al hombre, a la mujer, al niño, a casi todas las posibilidades de la vida con infinita magia, con cuidadoso y tiernísimo respeto, es justamente a través de la alusión casi constante a lo infantil (niños como interlocutores, como símbolos, como compañeros de juego) y de esos personajes femeninos, - mujeres únicas como Yerma, Mariana Pineda, cada una de las habitantes de la casa de Bernarda Alba, Doña Rosita, o su Zapatera prodigiosa-, donde él ha dejado planteadas cuestiones también únicas y preciosas. Y si Homero por unos minutos, por unos versos inolvidables se le acerca en esto, me pregunto si no será quizás que resulta más fácil para el mundo reconocer ciertos sentimientos o estados del alma si se los viste, - o si se los desnuda-, como mujeres.


Pero la pena se hace flor mientras Malena sigue cantando, y Soledad vuelve a su monte una y otra vez en busca de respuestas, o de algo que no sabemos, que no podremos saber… Y es que al fin de cuentas, - y más allá de las preguntas que seguirán resonando junto con el ladrido de aquellos fantasmas-, “sólo el misterio nos hace vivir. Sólo el misterio”.


Bibliografía:

- José Gobello, Jorge A. Bosio, “Tangos, letras y letristas”, Editorial Plus Ultra, 1975.

- - Horacio Ferrer, “El libro del Tango”, Antonio Tersol editor, Badalona (Barcelona), España, 1980.

- Federico García Lorca, “Teoría y juego del duende” (Conferencias), Obras completas, Editorial Aguilar, Madrid, España, 1980.

- Federico García Lorca, “Romancero gitano” (Lecturas), Ibidem.



Claudia Bakún, 1996.


Nota: hoy, recorriendo la web, me doy cuenta de la inmensa distancia recorrida en cuanto a documentación histórica, tanto acerca de Malena y Soledad, como respecto de la génesis de ambos textos. Sin embargo, dejo aquí mi humilde interpretación, en voz de quien fui por entonces, y con el regocijo que me procura citar la Teoría y juego del duende, de Federico, conferencia no tan común, joya inmensa que sin embargo hoy es posible hallar también en forma completa en el  siguiente enlace

https://www.youtube.com/watch?v=XeDrU3oudq8

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