Un día me di cuenta de que no podía llorar.
Luego
empecé a llorar.
Pero
cuando empecé a llorar
dejé
de cocinar.
Por
entonces ella no podía comer
Y
cuando pudo volver a comer
ya
había llorado.
Ninguna
de ambas, -en ese entonces-,
sabía
de la vida de la otra.
Mientras
ella dejaba de comer
se
estaba rompiendo.
Yo
ya me había roto antes
de
dejar de cocinar.
Hoy
cada vez que nos juntamos
hablamos
de a kilos
sobre
las mismas cosas,
ésas
que nos hicieron
dejar
de comer, dejar de cocinar
dejar
de llorar y volver a llorar,
y
también hablamos a torrentes
de
aquellas otras cosas
que
nos hacen comer, llorar a gusto,
cocinar
rico y reír,
y
tomar de vez en cuando una cervecita.
Somos
dos rotas.
Somos dos otras.
Ella
perdió peso y yo engordé.
Pero
las dos perdimos ilusiones suficientes
como
para haber desaparecido
o
volvernos una peste.
Sin
embargo
somos
dos rotas
por
las que entra la luz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario