Cuando empecé a escribir a hurtadillas mis primeros poemas, los firmaba como Prima Vera. Me identifiqué siempre con la estación del año en la que me tocó nacer. Y mi amor por ella nunca hasta ahora se ha inmutado.
Hoy la veía, así presente y creciendo entre nosotros, ante nuestros ojos, sin interesarse en la fecha que le pusimos los humanos para festejarle el cumpleaños, y me acordé de un poema que justamente dio título al primer libro que edité, allá lejos. Este poema en particular recuerdo bien que fue escrito en el ochenta y ocho, dedicado a quien fuera mi psicóloga por mucho tiempo, sostén en tiempos de fuertes cambios.
Y pese al tiempo acontecido, hay un destello que permanece desde entonces, y que se hace más fuerte en el último verso. Un destello que como ella, como la Primavera y todo lo que simboliza, vive contra todo pronóstico, reverdeciendo.
SOMBRALUZ
a Silvia, casi madre
Mundo desprolijo,
mundo imperfecto de tus senos sin luna...
Un calor de lluvia me aparece
y me cobijo en tus pedazos tibios
en la mañana mojada de leche.
La oscuridad se entiende merced a aquellas ramas
fragantes de eucalipto,
heridas de jazmines.
Y ya no es necesario hablar de las espinas
aunque los picos furibundos,
como perros asesinos,
te hayan llenado de heridas
te hayan cavado el llanto más profundo
te hayan quitado las ganas de llorar.
No, ya no es necesario contar las heridas
pero tampoco es necesario renunciar al dolor...
Mundo desprolijo el tuyo,
hecho de tormentas y de atardeceres,
de otoños y veranos,
de sombras y de luces...
Mundo desprolijo: no hay que explicar nada,
no hay que matar nada...
La primavera se entiende por la primavera.
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