LUNA TAURINA

Mi luna es lenta. Pero viene, diría don Mario.

Lleva un toro enamorado de ella, que mientras la mira, estira su pata hacia adelante, la apoya y ahí se queda, como estancado ante la simple vista de los demás, que ignoran que se trata de un toro audaz. 

Se empaca, mi luna taurina se empaca. Parece que se atranca, que se va a quedar ahí, y no, es puro avance ella, sólo que lento.

Habrá gacelas zodiacales, gente veloz para pasar la página, para hacer cierres y aperturas. No es éste el caso. Sin embargo, una vez que el torito arrancó, no lo para nadie, y ese paso, tímido y aparentemente inocuo, prontamente se convierte en un vendaval de tierra removida, de resoplidos y cornadas, de corridas con o sin toreros por delante.

Proa a la luna, luna que se mueve, lenta pero se mueve, viene y va. Luna andaluza y toro andaluz.

Así voy pasando en limpio las cosas: lentamente veo pasar mi parte de los sucesos, sus qué y sus cómo, su formas y maneras. Lentamente digo ¡ajá! Y tomo nota. Pero una vez que tomo nota, el toro lentamente avanza hacia su luna y recompone el juego.

Y entonces, por largo que haya sido el camino o el trance, él avanza, y no han faltado veces en que quienes se reían de su lentitud, o de su quietismo, quienes no apostaban por su audacia, se terminaron asombrando de él o con él.

Porque el toro y la luna saben del chapoteo largo en los pantanos tanto como reconocer la delicia de los ríos. Y cuando el toro sale embarrado del pantano en el que permaneció mucho tiempo, una vez que sale, en cada paso se va limpiando el barro adherido al cuero, y cuando llega al río, ¡ah, cuando llega al río!, se aventura, lentamente y siempre haciendo pie, pero con los ojos prendidos de las estrellas y prendados de su luna en cuarto o llena. 

Al fin de cuentas yo era un río como alguna vez dije, y siempre se vuelve a casa cuatro, sólo que de otra manera o con otro ropaje. O tal vez, para hacer otra cosa, para hacer otra casa.