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martes, 3 de enero de 2023

UN MUNDO FLORADO




Tengo ante mí un recipiente rojo, como le gustaba a mamá, y dentro de él acabo de poner las primeras hojas que se secaron del cedrón que ayer me trajo una vecina. Cedrón fresquito recién cortado, con un aroma que hacía miles de años que no sentía, un cedrón que huele como aquél que no paraba de crecer y bajo el cual yo, que por entonces aunque no me diera cuenta tampoco paraba de crecer, me sentaba a leer los libros de tapa marrón de la editorial Aguilar, y otros más.

Mi vieja estaba feliz con el cedrón porque su olor la ponía contenta: bien cítrico, vital, y cuando uno lo frotaba con los dedos y luego los llevaba a la nariz se daba cuenta hasta qué punto quedaban impregnados de ese aroma.

Impregnados…pregnante… pienso en esa palabra que llegaría mucho más tarde a mi vida, en tiempos del bellas artes. La pregnancia, lo que ocupa un lugar destacado, lo que se percibe primero, lo que se registra y atrapa la mirada, la percepción. Eso.

Anoche no podía creer el sorpresivo regalo de mi vecina, que tampoco era para mí, aunque lo fue por vacaciones de la otra vecina a quien iba dirigido en primera instancia.

El olor preferido de mamá, o uno de ellos, y también uno de los míos, con la misma frescura, con la misma intensidad.

La hoja fresca es lo mejor, pero ella me recomendó que secara las hojitas al sol para que duraran más, porque eran muchas. Así hice, y aunque el sol de mi ventana no es directo, ellas se empezaron a secar solitas rápidamente y ya hoy están formando parte de mi mate.

Ayer, más temprano, recibí un regalo de año nuevo también inesperado: un ramo de flores. Unas rosas rojas entremezcladas con algunos crisantemos amarillos.

Encantada con mi regalo, corté las puntas de los tallos como cuando era chica o no tanto, y leía a Casona bajo la planta de cedrón. Yo era la arregladora oficial de flores para ocasiones festivas en la familia, y por entonces acomodaba las longitudes de los tallos para que fueran visibles desde distintos ángulos. 

En ese entonces pasaban los floristas muchas veces a tocar el timbre de las casas en el barrio, ofreciendo ramotes inmensos. Recuerdo que una vez me encontré con un bicho canasto paseando entre las rosas y al principio me asusté, hasta que mi tía me lo presentó, -gran conocedora de bichos en su infancia mi tía Ana-, y me dijo que no le tuviera miedo, que no hacía nada. Cuando me decía que no hacía nada, era para decirme que no hacía daño, que no era capaz de hacer daño, que llevaba puesta esa casa estrafalaria encima, llena de pinches y paja artificial pero que era un buen bicho, incapaz de lastimar a nadie. Qué suerte codearse con esas cosas por entonces.

Y de pronto ayer me sentí en el paraíso. Por un lado mi casa engalanada, florida, o parte de un mundo florado, como dirían en Jujuy, mis rosas sobre un camino jujeño, con predominio del rojo, y el cedrón aromando desde la mesa. ¿Qué más?

A veces las cosas vienen. Así como también a veces las cosas se van, hay veces en que vienen. Y se celebraría mucho que vinieran más seguido, pero cuando acontece se celebra doble.

Hace pocos días me regalaron un par de aros de macramé que fueron estrenados en el momento. Mi amiga D. que estaba de pie mientras yo estaba sentada, se sorprendió por el conjunto. Creí que se refería a los aros, pero ella estaba incluyendo en “el conjunto” a un floripón de macramé en mi cabello que era del mismo color aturquesado de mis aros. Me sorprendí: la vida había armado un conjunto con tres objetos, dos de los cuales llegaban en momentos diferentes de manos diferentes, aunque muy queridas.

Pensaba en eso de la ley de atracción y de los por qués de que Jung nunca le hubiera dado entidad a semejante teoría, ya que si uno atrajera lo que vibra, atraería también todos los arquetipos del oponente que lo harán crecer, que es en realidad lo que sucede lo atraigamos o no, lo arme a propósito la vida para nosotros o no. Podemos hacer méritos, sembrar la tierrita con constancia, prepararla para nacimientos, realizar entierros necesarios, desenterrar también objetos antiguos, partidos, darles utilidad, o contemplarlos nomás. Tal vez sea más probable que la vida nos arme algún lindo conjunto sumadas esas circunstancias. Del mismo modo que a veces nos manda los lindos conjuntos con los que veníamos contentos al mismísimo corno. Y sin embargo… Ese arte de ella de andar susurrando cositas, promesas, advientos…Ese arte de ella de andar con sus vientecitos imprevistos moviendo las cosas, haciendo volar las hojas de un cancionero olvidado, o rompiendo objetos serenos hasta entonces.

La vida a veces trae, a veces se lleva, a veces un poco y un poco.

Ayer me susurró unos secretos bonitos sin significado pero con un sonido hermoso, con olor embriagador, y hoy continúa ese embrujo, ese ensueño. Y al decir esto recuerdo cuando una vez soñé que al apretar el botón de un envase de perfume ambiental en aerosol, en vez de gas salió música de Monteverdi.

Hay personas que se asustarían llegadas a este punto, que preferirían en este momento hacer algún comentario inteligente, como para demostrar que tienen muy claro que no hay que romantizar al cedrón ni a las coincidencias, ni a los ramos de rosas mezcladas con crisantemos; por ejemplo podrían decir que se están marchitando pronto, que ya no se ven tan lindas como ayer esas flores, que duraron poco, y que el cedrón una vez que empieza a secarse ya no alegra tanto el olfato como antes.

Yo elegí otro camino. Seguramente observar cómo se ejerce esa habilidad durante demasiado tiempo, me permitió aprender de memoria a dónde conduce. Porque aunque por suerte mamá era celebradora y yo la heredé, también convergieron en mí otras herencias, que aunque bien podrían haber sido femeninas, en mi historia acunaron brazos de hombres, y anidaron en ellos, sobre todo esa, ésa. La de que lo bueno nunca se pudiese amplificar y en cambio hubiera una obligación interna tremenda, dedicada a desmenuzar la dicha en pedacitos hasta encontrar por fin su falla, el punto donde es amarga, donde sabe mal.

Bien y mal, dulce y amargo, felicidad y horror, sol y luna, alegría y tristeza, drama y ligereza, vitalidad y decaimiento, pares ineludibles.

Así que, mientras algo sabe a milagro, a vientito iluminado, travieso, mientras las cosas saben a gloria, que sepan a gloria, que ese bocado que me llevo a la boca y que me encanta no sea matado por las dudas antes de que deje de encantarme. Eso aprendí, y me gustaría haberlo aprendido de esta manera firme en que hoy trato de encarnar ese aprendizaje muchos pero muchos años atrás.

Yo, ésta yo que soy, estiro como una masa bien levada la magia mientras dura, juego en el viento con el baile de mis manos, sueño con la música hasta que me inunda de agua la mirada, sonrío, y sé que vendrán los opuestos, pero es que me gusta tanto apreciar la belleza del bicho canasto mientras camina, y oler al cedrón mientras huele. Ese arte de ella, de la vida, de andar susurrando cositas, promesas, advientos…Ese arte de ella de andar con sus vientecitos imprevistos moviendo las cosas, haciendo volar las hojas de un cancionero olvidado, o rompiendo objetos serenos hasta entonces.




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