Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


jueves, 29 de diciembre de 2022

¡AH!

 


¡Ah! ¡Qué error haberle preguntado el nombre a Amadeo! 

Pocos días después de nuestra charla sobre libros y de su propuesta de concertar una próxima para hablar sólo sobre poesía, me saludó él primero, suceso realmente promisorio que me había puesto contenta. 

Sin embargo, después de pasar unos cuántos días más sin verlo, me tocó observar que volvimos ya ni siquiera a la misma situación de antes de nuestra presentación en sociedad, sino aún peor: anteanoche no sólo que no me saludó, sino que me ignoró. 

Lo llamé, y apenas si levantó la cabeza para hacerme un magro saludo y seguir conversando con la señora que se encarga de cuidarlo. Sentí algo de bronca, pero como tengo agendado el teléfono de ella desde aquella vez que él me pidió que la llamara, no quise interrumpir la conversación y seguí de largo.

Hoy volví a pasar, y descaradamente Amadeo puso su mano en actitud de mendigo sin musitar palabra, y le dije que andaba corta de dinero, lo cual no anda lejos de ser verdad, sólo que no es el motivo real por el cual no le di nada esta vez, sino la bronca absurda que tenía. Hoy Amadeo, ese hombre refinado, culto y agradable a quien tantos saludan y dirigen la palabra, es un cualquiera, como yo, refinada, culta y amorosamente enojada. 

Fue directo a la manito extendida. También lo acompañaba ella, a quien me dirigí para preguntarle por la salud del señor, y entonces me fue contando de la gran mejoría de su pierna mientras él seguía extendiendo y encogiendo la mano derecha como quien guiña un ojo y yo como si nada. 

También ella me comentó de la conveniencia de que el hombre aceptara estar acostado por la noche, cosa que evidentemente no quiere. 

Y no indagué más. Me fui, con la furia ridícula de quien vino a pedirle peras a un olmo a sabiendas, y sin embargo…

Y es que para ser buena samaritana no sólo hace falta vocación, sino entrenamiento y formación; o tal vez en ciertos casos, haberse decepcionado demasiado, lo suficiente como para no esperar nada del otro, para responder al llamado de alguien aún a sabiendas de que ese vínculo no será recíproco, y aun así querer encontrarle la vuelta para seguir estando sólo porque a uno se le da la gana.

Para las personas fácilmente domesticables, eso de andar pidiendo los nombres enseguida no debería ser tomado por costumbre. Muchas veces ocurre que no se enteran de que vos ya das por hecha la domesticación mutua, y entonces si el otro te trata poco amorosamente, o si te trata medio mal, vos sentís la santa indignación de quienes aman, cuando ese otro ni se dio por amado, ni por amadeo siquiera. Porque al menos si el que amara fuera Deo, ya sería muchísimo.

Para ser buena samaritana o buen samaritano hay que prescindir de la pretensión de un ida y vuelta. Y me descubro en esa pretensión cada vez que me enojo con alguien que me importa. Así descubro también, como si fuera un asombro ante algo inédito cuya evidencia se me presenta por primera vez, que al fin y al cabo es la reciprocidad la que marca que el amor continúe, porque: ¿cuándo, si no, nos enojamos con el otro, sino cuando de alguna forma sentimos, acertada o erróneamente, que no nos está queriendo?

Y no hay vuelta que darle, porque eso lo vamos a sentir innumerables veces a lo largo o a lo corto de un vínculo, que sólo podrá sostenerse si de las dos partes se aclaran entre sí las connotaciones personales aprendidas por los siglos de los siglos, y que de otra forma implicarían un alejamiento dado por el dolor, un alejamiento que no se resuelve ni resuelve nada por lo general, pero que marca distancia, herida.

Y claro, eso de que el odio no es el reverso del amor sino la indiferencia, es cierto. Pero ojo con llegar al odio. Mejor enojo, decepción, furia, pero no ese otro estrago. 

También descubro como algo extraordinario y nuevo para mí, que a mayor intensidad de sensación de necesidad, más mendicancia. Y esto aplica para pobres-ricos también. Si nada  tengo, si nada soy, o tan poca cosa, imploro, acepto lo que venga, y lo que tal vez sea peor, ni siquiera pueda registrar si me están queriendo. 

Yo podría decirle a Amadeo: ¡Eh! ¿Pero qué se cree que soy? ¿O usted cree que tiene derecho a saludarme sólo cuando a usted se le da la real gana o cuando necesita de mis favores? Eso sería una legítima demanda de reciprocidad.

Pero si pienso en todo lo que a él puede estarle sucediendo, en las toneladas de soledad que debe venir juntando, el desamparo, la intemperie, el hambre…toda esa pretensión se diluye. 

Y es que también supongo que para que haya un ida y vuelta se necesitan dos que estén dispuestos a pensar todas esas cosas que le pueden estar sucediendo al otro en algún momento, y de las que uno, ni enterado. 

Para ser buena o buen samaritano habría que tener talento, y en cambio para ser un Amadeo agradecido con o sin comida en la barriga, tendríamos que estar hablando de alguien que se registrara a sí mismo como importante para sí y para los demás por el simple hecho de existir, alguien dispuesto a alimentarse también de la felicidad que ser reconocido por otro pudiera procurarle. Sentirse, en resumen, capaz de dar y recibir amor.

Y no creo que Amadeo sea consciente, por lo menos hoy, estos últimos días, - no sé si todo el tiempo-, de que es o puede ser importante su existencia en esta tierra, de que él también es alguien capaz de domesticar a otros, de prodigarse, de hacerlos felices.

Para eso, o yo, o él o los dos tendríamos que ser como san Francisco de Asís, y la verdad es que a mi querido Sanfran sólo lo conozco por referencias, porque al fin y al cabo los cuentos, las leyendas, las poesías, por hermosas y trascendentes que sean ¿pueden reemplazar los gestos cotidianos del amor? 

Y como creo que no, dejaré en paz por ahora a San Francisco, a Amadeo y a mí misma, porque hoy sólo estoy enojada. 

Y porque los domesticados prematuros cuando no nos atienden bien, gruñimos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario