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sábado, 14 de enero de 2023

EL LUGAR POR DONDE LAS COSAS SE JUNTAN




Ayer fui al Tigre. 

Metidas en el agua mi amiga y yo éramos felices, y esa felicidad me trajo el recuerdo de otras felicidades que esta vez no se mezclaban tanto con la actual, no estorbaban con su presencia, enorme como una nube pletórica de nostalgia o de anhelo.

Me sorprendo, me amanezco de mí cada vez que soy feliz con simpleza, me alegro tanto por lo que ha hecho conmigo la vida. Aprecio y saboreo. Por fin aprecio y saboreo.

Y mientras miraba el paisaje del Tigre, los verdes y su intensidad, la alegría en la sonrisa de G, mientras sentía el agua, la frescura en mi cuerpo, me daban ganas de escribir, y eso también me alegraba. 

Recordé una charla reciente con mi amigo N. en que por primera vez sentí que estaba contando cortito cosas que en otro momento hubiera contado largo, muy largo, que podía resumir partes, dejar que quedaran para mí, que podía contar de otra manera historias muy viejas, casi iniciales de mi vida, que podía contarme distinto.

Y me pregunté si eso era algo equivalente a una sutura, a experimentar cómo se sienten esos lugares que fueron suturados bien y que cicatrizaron. 

Ayer en el agua podía recordar otras escenas, y sentía la superficie nacida que ahora separaba lo nuevo de lo viejo y lo dejaba ser.

También están las partes que aún no nacieron ni se murieron del todo, las que de tanto en tanto se refrescan con memorias demasiado dulces o demasiado amargas como para que no ejerzan efecto en mí. 

Las zonas que pegan o despegan de los demás son así: rugosas líquidas, sólidas, resbaladizas Los albañiles y los escultores lo saben bien.

Para que una superficie se una con otra debe estar rugosa, si no, por bueno que sea el pegamento, la unión se fractura enseguida.

La lisura de la perfección no alcanza para unir nada.

Lo poco que practiqué de cerámica, me recuerda que para unir dos tiras de arcilla fresca primero hay que coserlas, o sea, pasar un objeto punzante por los bordes de ambas como si fuera un surfilado, eso que mi tía me enseñaba a hacer en las telas con aguja e hilo para evitar que se deshilacharan. 

Una vez pegadas con la barbotina las tiritas de arcilla, ahí, nuevamente con el objeto punzante, se hace otro surfilado en sentido inverso, garantizándose la unión de ambas tiras a través de la rugosidad generada por ese tejido en cruz que une sus bordes. De lo contrario, aún con calor de horno, al secarse se partirían.

Nada se une con otra cosa por el lado en que es perfecto, en que nada necesita, en que todo lo sabe, en que es autosuficiente. La lisura de la perfección no alcanza para unir nada en esta vida, nos deja solos.

Para hacer contacto se necesita imperfección, rugosidad, lugares de empalme. 

Lo liso resbala, deja ir, impide recibir, impide dar.

Permite una perfecta separación de las partes.

Lo liso es deseable a veces, como lo rugoso.

El alma debe tener zonas así que se reformulan a diario o con el tiempo, zonas que fueron rugosas para el intercambio, aptas para el remo sincronizado y que se han vuelto lisas, y otras lisas que aprendieron a unirse.

Las heridas quizás sean esos lugares por los que estuvimos unidos con los demás y de los que fuimos arrancados o nos arrancamos, y entonces sangran.

Las suturas nos permiten recordar las uniones sin desangrarnos, recordar sin morir, volver a nacer en otras zonas libres o tal vez convertir las cicatrizadas en extensiones aptas para el contacto con lo reciente, en que la piel algo rugosa puede tocar y ser tocada nuevamente con amor.

Aprecio y saboreo el paisaje del Tigre, sus verdes, la luz abriéndose paso entre las ramas, la cálida frescura del agua, las olas que dejan sonando las lanchas al pasar, la diversión compartida, la amistad que se estrena entre el ir y venir de los mates. 

Hay zonas en el cielo que tocan ciertos recuerdos por donde pueden ser tocados, por donde uno puede rozarlos y sonreír. 

Mientras camino se empalman sin que nadie más que yo lo sepa esos matices comunes de este agua y estas flores con otras ya vividas, la memoria y el anhelo forman zonas de empalme como en una paleta los colores que al mezclarse forman otros muy difíciles de nombrar por un nombre preciso. 

Mientras converso con G. en la lancha colectiva que nos trae de vuelta, nuestra conversación teje su trino con hilos de otras que la colorean, evoco mientras vivo, vivo aunque evoque lo vivido; integro a lo que vivo y saboreo esa parte de mi vida que hoy llevo puesta aunque nadie desde fuera pueda observarla.

Porque el Tigre nombra muchos ríos, contiene muchos muelles, cuando digo Delta digo enormidades de personajes, de vivencias , de animales y flores, de paisajes y de aguas que confluyen, desde atrás, desde arriba, desde adentro, desde otros ríos, en este río. Zonas de empalme. 



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