hay a mi entender tres niveles en la percepción humana: el de lo evidente u obvio, el de lo sutil y el de lo aparente.
Creo que lo sutil y lo obvio (o evidente) son dos capas que parecen muy diferentes pero que danzan juntas , si se sabe prestar atención. Lo que muestran los gestos sutiles por lo general tiene que ver con cuestiones evidentes de nuestra personalidad, del modo de relacionarnos, de las situaciones que atravesamos, y un largo etcétera.
Nos es muy pero muy difícil ver por nosotros mismos nuestras propias manifestaciones sutiles y también las cuestiones obvias a las que dejamos escapar una y otra vez de nuestra atención, subvalorándolas casi al punto de negarles entidad.
Es sumamente contrastante escuchar cómo desde afuera se ven claramente estas cosas, pero muchas veces incluso si nos advierten de ellas, las hemos negado tres veces como Pedro, o ni siquiera las reconocemos como propias.
El problema es lo aparente. Porque lo aparente se ve desde todos lados, y lo ve cualquiera. Y muchas veces se confunde con ese otro entramado de lo sutil y lo evidente que realmente tiene que ver con nuestra esencia por llamarla de algún modo, con lo que profundamente somos y guardamos dentro.
Lo aparente es cáscara. Lo sutil y lo evidente participan de aspectos nodales, tanto para el lado luminoso y vital como para el otro.
Necesitamos espejos, pero no cualquier espejo: espejos amorosos, amigos, ojos leales como los llamó María Elena Walsh, ojos sanos que sepan advertirnos aunque sus advertencias recién se nos revelen años después.
Voces de quienes nos quieren bien, de quienes quieren nuestro bien, que nunca es el camino más cómodo para querer.
El ser humano se suele acolchonar en cualquier cosa, en cualquier lado, y con tal de recostarse en certezas, acepta dar por tales a simples creencias muy arraigadas, y allí se acuesta y se queda a dormir y a vivir. Esos colchones pueden ser de agua, de tierra, de plumas o de clavos. Lo mismo da. Salir de ellos es muy difícil, y por lo general se hace o bien cuando ya no cumplen ninguna función, o cuando la casa se está incendiando, y ahí es realmente bienvenido el contenido de aquella advertencia escuchada años atrás.
Nadie escucha antes de la víspera.
Y si afirmo esto, será pues por experiencia.
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