Delante de mí
encendían su fuego
en los bosques oscuros
de la muerte.
¿Deberías nombrarlos?
Sus nombres resuenan, se ramifican.
Ustedes los conocen.
***
sé
que la muerte es una serpiente misteriosa
bajo las hojas, deslizándose
deslizándose; sé
que el corazón también la desea, no puede
huir, no puede
romper su hechizo. Todo lo que existe
quiere entrar en el lento espesor,
sufre para estar en paz, finalmente y a cualquier costo.
quiere
volverse piedra.
***
En aquella época
cuando quería morirme
alguien
tocaba el piano
en el cuarto, al lado mío.
Mozart.
Beethoven.
Bruckner.
En la cocina
un hombre con una sola oreja
Estaba pintando una flor.
***
Más tarde
en el hospicio
empecé a distinguir, entre las aguas rojas
de la confusión;
descosí
las profundas puntadas
de mis pesadillas.
El viejo y querido trabajo humano.
No tenía nada que ver con desplegar.
en el suelo un camino de palabras
que pudiera ahogar
o acaso suavizar
el corazón.
Mientras tanto
Yeats, entre el amor y la furia, se ponía de pie,
junto a sus compañeros caídos;
Whitman seguía cayendo
por los pliegues de su ego.
En los campos
más allá de las ventanas cerradas
un joven que no podría vivir mucho más, y lo sabía,
escuchaba a un pájaro, marrón y sencillo,
que cantaba y cantaba en lo profundo de las ramas,
que no paraba de pedirle
algunas palabras, salvajes y esmeradas.
Ustedes conocerán
esa estrategia, tan importante y elocuente
que tiene la cordura.
***
Les perdono
su infelicidad
les perdono
haberse ido del mundo.
Pero no les perdono
haber mirado hacia otro lado
sacarse el velo
bailar para la muerte-
a toda velocidad
hacia el olvido
al filo de sus exquisitos
poemas, anunciando:
este es el camino.
***
Estuve, por supuesto, todo aquel tiempo.
marchando
tras ellos, pidiendo
su consejo.
***
Y el hombre que solo
lavaba los pinceles de Miguel Ángel, arrodillado
en el suelo húmedo, observando
cada día los colores que chorreaban
Él llegó a vivir cien años.
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