No sé por qué
viene a mí esta frase de Cristo, y viene no como mensaje exclusivo del
cristianismo o del catolicismo, sino de algo que podría nombrar como parte de
una espiritualidad universal, o de algo así como una psicología de la espiritualidad.
Porque Jesús le
dice tan luego a Pedro, el más fiel de sus discípulos, su amigo, el elegido
para ser soporte, piedra basal de su iglesia... tan luego a Pedro le está
diciendo,- vaticinando-, que lo negará tres veces. Y Pedro niega a su vez la
posibilidad de que esto pueda llegar a suceder. Y sin embargo sucede, y no
una sino tres veces.
Y no importa si
esta historia fue real o inventada: importa, o a mí me importa que pueda ser
imaginada y narrada, en nombre de la humanidad.
Lo que advierto en ella es la dificultad enorme que tiene el corazón o el alma humana para reconocerse en la imperfección, en la falla en que sí puede reconocer al otro, y señalarlo una y otra vez con el dedo.
Y esa
dificultad no se da sólo en el corazón de una persona poco noble, poco
agradecida, o poco leal: se da en un alma buena, y sin embargo, también se da.
Es el caso de Pedro, que por miedo a ser encarcelado, torturado, asesinado… niega
conocer a Cristo.
Pedro no puede
ser leal porque siente más fuerte su espanto que su lealtad.
Cristo lo sabe. En un lugar de narrador omnisciente de una historia que ya está contada,- y de
la que es narrador, y sabiendo que Pedro hará lo que hará y las causas por las
que lo hará-, lo perdona igual, lo sigue eligiendo amigo, lo sigue eligiendo
base de su iglesia.
¿Qué cosas
negamos en nosotros y vemos en los demás? Las cosas de la sombra. Las cosas
desacertadas, desconsideradas, carentes de amor, vemos y señalamos en los
corazones ajenos la indiferencia, la frialdad, la crueldad, la incapacidad de
acompañar en el dolor, de permanecer presente en la adversidad de un ser amado,
la facilidad con la que se huye del compromiso del amor.
Todo eso
señalamos con mayor o menor decepción, con mayor o menor resentimiento. Sin
embargo nos cuesta,- y mucho mucho-, ver en qué momentos de nuestra historia hemos
hecho cosas parecidas a las que señalamos, y no necesariamente a sabiendas,
sino por no darnos cuenta, por no tener registro de las mismas, como hoy se
suele decir.
No haber estado
a la altura simplemente porque en ese momento no advertimos lo que el otro necesitaba que
advirtiéramos.
Y me quedo con
la opción de ser el Pedro que se sorprende ante sí mismo, ante su propia falta. Y me quedo con la opción de ser el Cristo que perdona a Pedro y alberga su
falta en su ternura. Y me quedo con el Cristo que vive en el corazón de Pedro,
y con el Pedro que late en el corazón de Cristo, o sea, con aquello que permite ver más pequeña
la viga del el ojo ajeno según nos acercamos, y admitir que tal vez la pajita en el nuestro sea algo más grande de lo que creemos, cuando es el otro quien la ve y nos la cuenta.
Ser a la vez quien mira
con lucidez la posibilidad de la sombra, y quien mira con amor aun en ese desfalco a
la confianza, desfalco que sólo a través de una conciencia del desperfecto humano, -de una
conciencia de la ternura-, es posible reparar desde adentro y desde afuera.
Ser a la vez el
negado y el negador y la conciencia testigo que ilumina a los tres en
simultáneo.
No sé por qué viene a mí esta frase de Cristo, y viene no como mensaje exclusivo del cristianismo o del catolicismo, sino de algo que podría nombrar como parte de una espiritualidad universal, tal vez de una psicología de la espiritualidad.
Porque Jesús le dice tan luego a Pedro, el más fiel de sus discípulos, su amigo, el elegido para ser soporte, piedra basal de su iglesia... tan luego a Pedro le está diciendo,-vaticinando-, que lo negará tres veces. Y Pedro niega a su vez la posibilidad de que esto pueda llegar a suceder. Y sin embargo sucede, y no una sino tres veces.
Y no importa si esta historia fue real o inventada, importa, o a mí me importa que pueda ser imaginada y narrada, en nombre de la humanidad.
(continuará ... )
(2023)
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