Queguay

Llegó sola a la isla de Queguay. Sólo llevaba un equipo con parlantes que podían ser escuchados desde la otra orilla. Pero allí no había enchufes.

Sus ropas húmedas delataban la huida ... nocturna, torpe, solitaria.

Mucho ruido a su alrededor y las algas, - sumado esto a su estado emocional - , motivaron en ella el éxodo hacia la isla.

Pero no había tenido en cuenta la falta de tecnología: sola la arena blanca, sola ella en la arena enorme de un sueño extraño.

Algo había: garzas. .. temblonas, en esa noche estrellada que ella no sabía reconocer, en la que se perdía por no tener coordenadas de luz de las cuales prenderse.

Relumbró un ágata partida al darle la blancura de la luna enorme y llena de algo inédito: algo ajeno, desconocido y desdibujado. ..

Belleza: supone que eso es. No sabe cómo llamarlo, no encuentra otro modo, y se queda perpleja mirando la luna, el ágata, la noche, las estrellas… Arenas, graznidos de garzas, vuelo invisible, alas que se alejan...

Así, el rugido de un mar en su cabeza se parece al insólito tumulto de su equipo. Lo tira al agua. Pero de pronto piensa, y le da pena maltratar así al río; y entonces construye un totem con el aparato de audio... Lo llena de arena, de piedras, de plumas, y lo deja ahí...

Luego se aleja, a nado, cambiada ya para siempre.

Tiempo después, -tal vez años-, nuevos ojos y nuevos oídos la encontrarán explicando entusiasmada el origen guaraní de la palabra queguay. Va y viene en una lancha, con un manojo de turistas en cada ir y venir, y el asombro que de sus ojos, - como carnada -, va buscando pique...

¡ Ah, Queguay! ¡“río de donde provienen los ensueños” !

C.Bakún, 2009