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miércoles, 28 de septiembre de 2022

RESCATISTA Y FARO: CURSO ACELERADO DE SALVATAJE


Que nos necesitamos, lo sabemos, pero nos hacemos bastante los salames con eso, porque en este mundo modernoso la autosuficiencia está de moda, a punto de convertirse en un ideal específicamente programado para caerse a pedazos, porque se trata de algo imposible.

Que el buen amor hacia nosotros mismos es fundante de todo lo demás, también lo sabemos pero poco lo vivimos, aunque creamos hacerlo maravillosamente bien, tantas veces lo confundimos con egoísmo o prescindencia del otro, como si ese buen amor hacia nosotros mismos pudiera construirse sin la colaboración de los demás,  sin esos otros incómodos, molestos, y amados que nos informan sobre nuestro trasero porque no tenemos ojos en la espalda.

Así vamos, en una danza que debemos reaprender a cada paso, y revisar cuidadosamente.

En medio del candombe de los tiempos, o más bien del reguetón generalizado, para una libriana como yo que aprendió en el propio cuero que el otro es primero siempre, hacer una metanoia un tanto leonina hacia mi propio puerto ha implicado y sigue implicando la elección constante entre ser rescatista y ser faro.

Acudir es algo necesario, todos hemos necesitado alguna vez alguien que acuda, y lo seguiremos necesitando. Nadie está libre de una enfermedad que lo invalide, de un mal momento importante, de una desgracia en la que el “arreglate solo” no cabe. Todos alguna vez volvemos a pasar por el estadio de niños que necesitamos un cuidado materno al menos por un rato. Ignorar esto es de necios.

Pero algunos de nosotros, tomados prematuramente según diría don Jung por el arquetipo del o la salvadora, nos dedicamos a imaginar que todo el mundo necesita de nuestros servicios cuando no es así, cuando esto es una distorsión de la realidad, y hemos gastado muchas veces nuestro cuerpo en ponernos a nadar y traernos a la carga un cuerpo de ahogado voluntario o recurrente.

Discernir en estas lides, como en todo en la vida, bien difícil que es. Y bien difícil renunciar a salvar cuando sabemos, -y digo cabalmente la palabra sabemos-, que esa persona o situación necesitan alguien más que ayude, y que no seremos nosotros. Y que no seremos nosotros no por falta de ganas, sino de idoneidad profesional, o porque ya nuestro cuerpo no puede hacer ciertos esfuerzos, o porque lisa y llanamente ya nos viene avisando que no quiere.

Ser faro entonces, puede ser una muy buena alternativa para quienes tenemos la manía de pretender iluminar, y nos quedamos cortos de destinatarios.

Además de todo, lo interesante de ser faro es que la posibilidad de serlo está abierta por completo a toda existencia que ande por el mundo, ya que ni siquiera requiere estar anoticiado de que se lo es.

Mucha pero mucha gente brilla en este mundo sin saberlo, sin tener noción de su propia luz. Las alas de las mariposas se ven desde afuera.

A veces creemos erróneamente que iluminar es una tarea de iluminados, de que tenemos que traer algo muy importante bajo las alas, y no es así. Se limita a ser. A ser quienes somos.

Si somos y otros nos ven ser, seremos faro de quien esté predispuesto a tomar nuestra luz. Única e irrepetible.

Hagamos lo que hagamos: a veces seremos faro cuando arriesguemos una conducta inspiradora, como ser valientes frente a algo, o pedir perdón con demora, o ser felices a pesar de los infortunios.

Quiero traer aquí la experiencia narrada en un reportaje por la poeta argentina Valentina Nicanoff, a quien admiro, y que encontré en la web buscando uno de sus poemas. Se trata de una mujer joven, pero cuyo espíritu se ha transformado de un modo lo suficientemente significativo como para ser tomado en cuenta más allá de su aptitud de poeta. O tal vez porque en todo buen poema se encuentran ,- a mi modo de ver-, dos vertientes: la de los recursos de escritura y la de la belleza de los contenidos que el alma en cuestión tenga para aportar. A veces, todo esto viene de seres con mucho trabajo sobre sí mismos, y a veces no, porque hay una labor mediúmnica en la poesía, y en la escritura en general, compartida con el resto de las artes.

Valentina dice: “Una tarde, que tan feliz me encontraba googleando la palabra “suicidio”, leí “Virginia Woolf” y fui hasta una librería. Compré “Las olas” y mi existencia cambió radicalmente, para siempre: yo no era la única que sufría.” (…) No sé si la literatura puede salvar al mundo. Sí que puede rescatar de la catástrofe a algunas almas, como hizo Virginia Woolf conmigo. En mi caso, la poesía hizo que no me matara. El teatro, que me dieran ganas de vivir.”

Recomiendo en forma entusiasta leer el reportaje completo:

http://poesiaf5.blogspot.com/2015/06/valentina-nicanoff.html


Es muy pero muy interesante aquí (entre todo lo que es interesante en esta nota), poder pensar que no sólo los himnos a la vida levantan posibles muertos, sino que en un mundo obligador a alegrías y vitalidades compulsivas, voces amargas o tristes pueden hacer volver a los marginados de la emocionalidad convencional a saberse reconocidos en un mundo que los segrega.



A propósito de todo esto rescato este texto de Dolina, Mensaje de texto se llama, y dice: “Un mensaje de texto es como una luz en la oscuridad, nada más que eso. En la noche, quiero decir la noche de la soledad en la que uno vive, ya que somos islas y es muy difícil establecer puentes decía Sábato. En esa cerrazón, un mensaje de texto es una luz, así que no importa lo que diga, lo que dice todo mensaje de texto es "aquí estoy", lo mismo que dicen los barcos en medio de la noche y de la niebla cuando hacen sonar la sirena, así que no importa lo que uno escriba, porque significa "aquí hay alguien". Eso es para el que lo recibe, pero el que lo hace está demandando también, el "aquí hay alguien" necesita que el del otro barco le diga "aquí también". Por eso no contestar un mensaje de texto, es como no contestar una sirena.”


¿Rescatistas o faros? ¿ O rescatistas y faros? ¿Alguien escapa alguna vez a ese destino? ¿Rescatistas y faros también de nosotros mismos? 

¿Y por qué no? También ir solitos al service en caso de necesidad, aprender a nadar y a no dejar colillas tiradas por ahí, reducen el impacto de nuestra conducta en los demás, sobre todo en bomberos voluntarios y gente de buena entraña.

28/9/22

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